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Las siglas TDA/H (el trastorno por déficit de atención con hiperactividad) han irrumpido con fuerza en la infancias del siglo XXI. Cada vez son más los casos que se diagnostican, a edades muy tempranas. Una práctica que horroriza a muchos profesionales, tanto de la psiquiatría infantil como de la educación. Y, también, a muchos padres. El problema es que el TDA/H se «trata» con una medicación muy potente, el metilfenidato (similar a la anfetamina), que sirve para que los niños se concentren… Un error muy serio, según muchos expertos. Otros van más lejos, asegurando que el TDA/H es una invención y que sus características neurobiológicas observadas no son necesariamente de origen patológico.
Hay mucho publicado sobre el tema (como esta entrevista en ABC al psiquiatra infantil Joseph Knobel Freud, quien sostiene que «El TDA es un invento»). También hay voces, como la de la pedagoga María Acaso, que opinan que «No existe Trastorno de Déficit de Atención, solo niños aburridos en clase». Ambas entrevistas (de la periodista Carlota Fominaya), están muy bien. Sin embargo, recojo estas declaraciones más recientes, en esta entrevista de Milagros Pérez Oliva en EL PAIS, con el psiquiatra estadounidense Allen Frances. Frances dirigió durante años el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM), que es libro donde se definen las diferentes patologías mentales. Considerado la biblia de los psiquiatras, es revisado periódicamente para adaptarlo a los avances del conocimiento científico. Desde que él no lo dirige, Frances ha observado un crecimiento exagerado de descripciones de nuevos síndromes y trastornos psicológicos que, en su opinión, no lo son. De ahí el título de la entrevista: “Convertimos problemas cotidianos en trastornos mentales”.
El psiquiatra denuncia que cada vez se describen más enfermedades mentales y síndromes psiquiátricos. «Con frecuencia me olvido de las cosas, de modo que seguramente tengo una predemencia; de cuando en cuando como mucho, así que probablemente tengo el síndrome del comedor compulsivo, y puesto que al morir mi mujer, la tristeza me duró más de una semana y aún me duele, debo haber caído en una depresión. Es absurdo. Hemos creado un sistema diagnóstico que convierte problemas cotidianos y normales de la vida en trastornos mentales«, explica.
Ello deriva en una inflación generalizada en el diagnóstico de las enfermedades mentales que favorece a las farmacéuticas, artífices de las pastillas que nos curarán de todos los males. «Los fármacos son necesarios y muy útiles en trastornos mentales severos y persistentes, que provocan una gran discapacidad. Pero no ayudan en los problemas cotidianos, más bien al contrario: el exceso de medicación causa más daños que beneficios. No existe el tratamiento mágico contra el malestar». Frances insiste que el exceso de medicación produce mucho daño, en especial, en psiquiatría infantil, donde reinan los diagnósticos de TDA/H:
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Preguntado por la periodista sí es creíble que uno de cada tres niños sea hiperactivo, como señaló un estudio realizado en Holanda en 2009, el psiquiatra responde: «Claro que no. La incidencia real está en torno al 2%-3% de la población infantil y sin embargo, en EE UU están diagnosticados como tal el 11% de los niños y en el caso de los adolescentes varones, el 20%, y la mitad son tratados con fármacos. Otro dato sorprendente: entre los niños en tratamiento, hay más de 10.000 que tienen ¡menos de tres años! Eso es algo salvaje, despiadado. Los mejores expertos, aquellos que honestamente han ayudado a definir la patología, están horrorizados. Se ha perdido el control»
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La periodista le pregunta entonces sobre la presión de los padres en diagnosticar a sus hijos con TDA/H cuando el profesor dice que el niño no progresa adecuadamente. «¿Estas prisas se deben a factores culturales, al temor que pierda oportunidades de competir en la vida?», le pregunta. El psiquiatra es rotundo: «Primero, no hay evidencia a largo plazo de que la medicación contribuya a mejorar los resultados escolares. A corto plazo, puede calmar al niño, incluso ayudar a que se centre mejor en sus tareas. Pero a largo plazo no ha demostrado esos beneficios. Segundo: estamos haciendo un experimento a gran escala con estos niños, porque no sabemos qué efectos adversos pueden tener con el tiempo esos fármacos. Igual que no se nos ocurre recetar testosterona a un niño para que rinda más en el fútbol, tampoco tiene sentido tratar de mejorar el rendimiento escolar con fármacos. Tercero: tenemos que aceptar que hay diferencias entre los niños y que no todos caben en un molde de normalidad que cada vez hacemos más estrecho. Es muy importante que los padres protejan a sus hijos, pero del exceso de medicación».
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«Los seres humanos somos criaturas muy resilientes», añade. «Hemos sobrevivido millones de años gracias a esta capacidad para afrontar la adversidad y sobreponernos a ella (…) Si vivimos inmersos en una cultura que echa mano de las pastillas ante cualquier problema, se reducirá nuestra capacidad de afrontar el estrés y también la seguridad en nosotros mismos. Si este comportamiento se generaliza, la sociedad entera se debilitará frente a la adversidad. Además, cuando tratamos un proceso banal como si fuera una enfermedad, disminuimos la dignidad de quienes verdaderamente la sufren».