UN HIJO… ¿PUEDE CAERTE MAL?

Esta es la premisa de la que parte el libro de la psicóloga Sara Tarrés, cuyo título, Mi hijo me cae mal (ed. Plataforma), lo dice todo. Pero lejos de caer en el sensacionalismo y el mal rollo, Tarrés propone una exploración de este tabú y la reparación a una situación infrecuente, es verdad, pero que existe. Os comparto el link a la entrevista que le hice para La Vanguardia y, a continuación, el texto completo.

En 2015 la psicóloga Sara Tarrés escribió en su blog sobre un tema que se estaba encontrando en consulta: madres que verbalizaban sentimientos de “no poder más” con sus hijos. Madres desconcertadas porque sus criaturas les generaban “mucho rechazo”. Rabia, incluso. La entrada empezó a circular y, ante su sorpresa, Tarrés empezó a recibir correos de mujeres que se sentían identificadas con el contenido. Madres que aseguraban lo innombrable: sus hijos no les caían bien.

Desde aquel 2015 han pasado algunos años y varias transformaciones sociales: cada vez hay menos niños y se tienen más tarde, pero la oferta y la información en torno a la crianza se ha multiplicado a gran velocidad. Las crianzas son cada vez más aceleradas y exigentes, mientras que en las redes sociales han explosionado las “madres perfectas”: influencers con millones de seguidores, que dicen gozar de cada minuto que pasan con sus hijos (y monetizan debidamente). 

En 2015 la psicóloga Sara Tarrés escribió en su blog sobre un tema que se estaba encontrando en consulta: madres que verbalizaban sentimientos de “no poder más” con sus hijos. Madres desconcertadas porque sus criaturas les generaban “mucho rechazo”. Rabia, incluso. La entrada empezó a circular y, ante su sorpresa, Tarrés empezó a recibir correos de mujeres que se sentían identificadas con el contenido. Madres que aseguraban lo innombrable: sus hijos no les caían bien.

Desde aquel 2015 han pasado algunos años y varias transformaciones sociales: cada vez hay menos niños y se tienen más tarde, pero la oferta y la información en torno a la crianza se ha multiplicado a gran velocidad. Las crianzas son cada vez más aceleradas y exigentes, mientras que en las redes sociales han explosionado las “madres perfectas”: influencers con millones de seguidores, que dicen gozar de cada minuto que pasan con sus hijos (y monetizan debidamente). 

A una colega periodista le escandalizó el título de su libro, «Mi hijo me cae mal». ¿Qué reacción ha tenido desde su publicación?

He recibido críticas, pero tengo que decir que me he sentido más acogida que rechazada. Hay personas que me han dado las gracias, porque me han dicho que, por fin, se han sentido entendidas. Es verdad que es un tema duro, pero es un tema del que hay que hablar. Porque si lo seguimos escondiendo, no lo podremos tratar. No te ayudará. Necesitamos hablar de esta otra cara de la maternidad que se oculta y que tanta frustración nos acaba produciendo: nadie trata este malestar.

Esta colega también me decía que es imposible que tu hijo te caiga mal…

Bueno, eso me parece negar tu emoción. Y, desde mi punto de vista, lo que es imposible es no sentir emociones. No te digo que no pueda haber familias en las que solo haya paz y ningún tipo de emociones como la rabia y la frustración, pero, me pregunto a costa de qué: ¿De decir que sí a todo? ¿De que tu hijo sea el “rey Sol” y acabe convirtiéndose en un tirano? ¿De que tu vida consista en cubrir sus necesidades a costa de las de los otros? ¿De las tuyas?

¿Por qué solo habla de madres en su libro?

No he escrito desde el punto de vista masculino porque lo desconozco, no he tenido acceso. El libro nació a partir de casos de madres en consulta y de las reacciones recibidas cuando hablé públicamente de esta cuestión en mi blog y en una entrevista.

¿Cuáles son los síntomas de que nos “cae mal” un hijo?

Son pensamientos, conductas y emociones desagradables respecto a la relación con el hijo o la hija. Incluso, de rechazo a su presencia. Emociones que chocan con la idea que nos han vendido de lo que es la maternidad, donde solo caben el amor y la abnegación. Emociones que, si no aprendemos a manejar, pueden acabar conformando un gran malestar.

¿Qué lleva a experimentar algo así?

En el libro cuento los diversos motivos, pero pienso que todo se retrotrae a estas ideas que tenemos de cómo queremos ser como madres: queramos o no, todos tenemos esa idea de madres perfectas y todo esto nos genera una serie de expectativas, tanto para nosotros mismos como hacia nuestros hijos. Y si la distancia entre el ideal y la realidad es muy grande, pues imagínate todo lo que se acaba colando por ahí: la frustración, la rabia, la vergüenza, la angustia, los miedos… E, incluso, el rechazo.

¿Las redes sociales, con esas madres estupendas y felicísimas, con millones de seguidores, son también culpables de esta idealización de la crianza?

Es así. Hay esta parte de las redes que nos está manipulando, que nos está llevando hacia un lugar en el que hay muchos intereses creados para que estos mensajes de perfección calen de manera muy profunda. Pero, por otro lado, también en las redes hay esta parte, quizás un poco más “rebelde”, de personas que decimos que la vida real es otra cosa y que estos mensajes solamente están creando malestar.

¿Cómo influye en este malestar el desgaste físico de la crianza, como la falta de sueño, cada vez más normalizada? La Academia Española de Pediatría cifra en un 30% la incidencia del insomnio infantil…

Tiene muchísimo impacto, porque la falta de sueño, tanto en las criaturas como en nosotros, conduce a que tu cerebro esté irritado, que tenga niveles de negatividad. El insomnio tiene mucho que ver en el “síndrome del cuidador quemado”. Te hace estar irritable, perder interés en esas actividades en las que antes encontrabas placer. Todo eso impacta en tu relación con la criatura: tus habilidades parentales no están al nivel óptimo para hacerle el acompañamiento para que se pueda desarrollar.

A diferencia de la adolescencia, la infancia es un momento de la crianza que, en teoría, es más dulce. ¿Por qué se puede dar este rechazo al hijo en esta etapa?

Como tenemos esas expectativas de perfección, de “yo nunca”, “mi hijo nunca”, pues llega un momento en el que no se entienden cosas tan normales como las rabietas, por ejemplo, que no sabemos gestionar. Y de ahí, para arriba. Porque si no gestionamos cosas básicas, como las rabietas, los hijos las siguen teniendo y todo se incrementa: a medida que crece, el hijo nos contesta, tiene muy baja tolerancia a la frustración, puede convertirse en un pequeño tirano… Y todo esto se arrastra, provocando este disgusto por el hijo, que tanto puede ser verbal o gestual, pero que, en ambos casos, el hijo percibe, ya de muy pequeño.

¿Y cómo le afectan estos mensajes?

Afecta muchísimo, a nivel familiar e individual. De hecho, actuar así como padres (o, cuando hay hermanos, demostrar favoritismos, de lo que también hablo en el libro), hace que puede llegar a sentirse que no es digno de ser amado. O que busque su atención a través de conductas disruptivas, que lo que hacen es confirmar el porqué tu hijo o hija te caen mal. “Es un desastre, un malcarado…” Se colocan etiquetas que no hacen más que incrementar el efecto Pigmalión, o de la profecía auto-cumplida.

También puede haber ansiedad y depresión a largo plazo. Tengo gente que me ha venido, de mayores, después de leerse el libro, diciendo que saben que no caían bien a su padre o a su madre y que eso ha sido muy bestia para ellos. Porque siempre han querido que los miraran, pero no los veían. Siempre se han sentido extraños, como que sobraban en la familia.

¿Y cómo se puede lidiar con esto?

Si tenemos la oportunidad porque tenemos una relación más o menos óptima con nuestros padres, se puede hablar de este tema, ponerlo sobre la mesa. Sin buscar culpas, sino, simplemente, explicando que en ese momento uno se sentía de esa manera. Y quizás se descubran cosas que se desconocían y que explican lo que pasaba; la gran mayoría de los padres no quiere hacer daño a sus hijos, pueden haberles faltado las herramientas de crianza en determinado momento. Pero si vemos que eso va a provocar un conflicto del que no sacaremos nada en claro, quizá habrá que buscar otra manera de curar estas heridas de la infancia. Pero cada caso se ha de estudiar con profundidad.

En el libro dice que este sentimiento de “no me cae bien” es socialmente más aceptado en la adolescencia. Pero, ¿es normal?

Qué alguien te “caiga mal” quiere decir no tener ganas de estar con esa persona, no tener ganas de compartir cosas con ella en ese momento. Eso es normal, pero otra cosa es que esta persona sea alguien de nuestra familia, con la que hemos de convivir. Por tanto, en todas las etapas, infancia y adolescencia, hay que hacer un esfuerzo. En especial, nosotros, los adultos, porque en principio, tendríamos que regular mejor nuestras emociones.

Lo que sí sucede es que a muchos adolescentes les “caen mal” sus padres durante una temporada…

Sí, obviamente, porque los padres lo que intentamos es poner normas y límites, que ellos, por edad, tienen la “obligación”, entre comillas, de saltarse, porque el adolescente tiene que investigar el mundo. Necesitan explorar su entorno, pero de una forma diferente a la que la familia les dice. Necesitan nuevos referentes para encontrar su lugar fuera de la familia. Y cuando nosotros les ponemos límites, les caemos mal, claro.

Cómo distinguir entre una mala etapa de convivencia con los hijos y un sentimiento enquistado de rechazo. ¿Cuáles serían las líneas rojas que marcan el pedir ayuda profesional?

La crianza tiene unas etapas más complejas que otras, pero las complejas suelen ser temporales. Por eso, cuando ya se pasa del mes, mes y medio, y no ves un motivo claro por el que estás molesta con tu hijo; o si todo te parece muy difícil y no te encuentras bien, entonces, pide ayuda. Es mejor hacerlo antes, que te den algunas pautas para solventar el problema, para que este no se alargue y se vaya acumulando. Siempre digo que antes de llegar al límite, busquemos estrategias y ayuda profesional externa, porque cuando hemos llegado al limite, todo es más difícil de solventar. Y, a veces, nos quedamos atrapados.//

2 respuestas a “UN HIJO… ¿PUEDE CAERTE MAL?”

  1. Mi opinión es que madres y padres podemos sentirnos abrumados por lo que nos generan nuestros hijos, «lo mejor y lo peor». Que a veces nos lo ponen muy difícil y otras veces los adoramos. De ahí a calificar «me cae mal» me parece que es poner al hijo como si fuera una relación de amistad, del trabajo o de otro ámbito que no es el de relaciones parento-filiales. Dicha relación es exclusiva y particular y ….porque genera a veces esos sentimientos tan negativos, porque nos recuerda alguna cosa de nuestras experiencias vitales, de nuestros miedos, temores, traumas, etc… Bajo mi punto de vista si miramos más nuestro pasado e interior menos «mal nos caerá nuestro hijo». Aunque, por supuesto que entiendo perfectamente que nos podamos sentir mal, muy mal en la relación con nuestros hijos porque no es lo que nos esperábamos. Pero no ponerlo al mismo nivel que otro tipo de relaciones. Si mirasemos con más empatía y con mayor mentalización lo que ellos sienten ante nosotros «padres» puede que no nos cayeran «tan mal», puede que descubriesemos con mucha autocompasión que nuestras relaciones pasadas nos marcaron negativamente y ahora nos es difícil lidiar con nuestros hijos. Los traumas relacionales son intergeneracionales.
    Saludos!! espero haber aportado un granito de arena a la reflexión sobre nuestros hijos.

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    1. Hola Begoña, gracias por tu comentario. La verdad es que «caer mal» es un concepto fuerte, provocador. Me parecen muy acertadas tus opiniones respecto a que la relación con estos está a otro nivel. En fin, muchas gracias por seguir el blog! Eva

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Hola, soy eva millet

Soy barcelonesa, periodista y escritora, licenciada en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona.

A raíz del nacimiento de mis dos hijos, empecé a publicar sobre temas de crianza y puse en marcha www.educa2.info, blog especializado en noticias que ayudan a educar. Soy también autora de Hiperpaternidad, del modelo mueble al modelo altar (2016), Hiperniños (2018) y Niños, adolescentes y ansiedad (2019) y Madres Mamíferas (2023), todos publicados por Plataforma Editorial.