Hoy en día no hay nada mejor para disparar las dudas, el sentimiento de culpa y la inseguridad que implica ejercer de padre o de madre que sumergirse en un artículo periodístico y/o documental televisivo sobre las llamadas «nuevas escuelas».
En estos lares y desde hace unos meses no cesan de aparecer reportajes sobre centros alternativos e innovadores donde, aseguran, se está creando la escuela del siglo XXI.
Centros en los que, entre otros, a los niños se les está enseñando a «desaprender» lo aprendido y a «hacer en vez de escuchar»; centros donde los libros de texto se han desterrado porque, dicen, están obsoletos; centros donde no hay aulas, ni exámenes, ni tampoco, asignaturas; centros donde se trabaja únicamente por proyectos; centros donde es el niño el que dirige su aprendizaje, no el maestro —el cual se convierte en acompañante o mentor—; centros donde internet es el núcleo del aprendizaje; centros donde todo se basa en el juego y la exploración y también, centros privados o concertados donde se combinan las inteligencias múltiples con políticas de exhaustiva selección de alumnado y la estimulación precoz.
En un mundo cada vez más polarizado, donde todo parece ser blanco o negro y parece obligatorio hacer tábula rasa con todo lo pasado (que fue peor), este tipo de reportajes suelen presentarse de forma unilateral. En general, los periodistas muestran una cara de la historia que suele ser esta: las maravillas de la revolución educativa contra los horrores de la escuela convencional.
Como en este reportaje sobre la nueva escuela: Una altra escola, emitido por TV3, no hay opción a réplica ni espacio para los «peros» o los matices. Algunos también aportan el mensaje subliminal —o al menos, así lo leo yo— de: A) El sistema tradicional es una birria B) Sólo estas escuelas —que suelen ser de pago—, innovan C) Estás llevando a tus hijos a una escuela arcaica, convencional y (¡horror!), te estás equivocando y (¡más horror aún!), tu hijo está perdiendo el gusto por aprender, se está quedando atrás y (¡más horror de nuevo!), no va a ser feliz.
Entiendo que el mundo ha cambiado y que nuestros hijos necesitarán de nuevas competencias para la vida. ¿Pero, sólo nuevas competencias? ¿Lo de antes ya no vale? Cada vez que leo, veo o escucho sobre la nueva escuela, tengo preguntas y busco grises entre tanto blanco/negro:
— ¿Es necesario desterrarlo todo? ¿Por qué desde ciertos sectores de la ‘pedagogía innovadora’ se habla con un cierto desprecio sobre la escuela tradicional, como si esta fuera una especie de monstruo, un ente «arcaico» que hay que rechazar de pleno?
Como respuesta, me identifico con estas palabras de Catherine l’Ecuyer, autora del libro Educar en el asombro, en esta entrevista en EL MUNDO:
«Muchos utilizan la expresión escuela tradicional para rechazar en bloque todo lo que se hace en los colegios y eso me parece una postura muy peligrosa, porque hay muchas cosas que siempre hemos hecho en la educación clásica que son buenas y necesarias».
«No se trata de tirar todo por la borda, sino de discernir lo que tiene valor y lo que no. Yo prefiero hablar del peligro de la educación conductista y mecanicista«.
— ¿Internet ha de estar en el centro de la nueva educación? Sí, la red es una herramienta potentísima, pero para manejarla hay que tener también herramientas potentes, como la comprensión lectora, el dominio de idiomas, discernir a qué fuentes acudir, aprender a estructurar la información, a redactar y a poseer espíritu crítico. ¿Cómo adquirimos esas habilidades? ¿A través de internet?
Me hubiera gustado plantearle esta pregunta al gurú de la eduación; Sugata Mitra, creador del método SOLE (un modelo educativo que fomenta el auto-aprendizaje ), quien en esta reciente entrevista en El País (retuiteada con gran entusiasmo), asegura que: «La revolución educativa pasa por acabar con los programas académicos para situar Internet en el centro del aprendizaje». Mitra aboga por el aprendizaje auto-dirigido; que los niños aprendan sin las lecciones del profesor, solo trabajando en grupos con un ordenador conectado a Internet.
Para Mitra, el trabajo de los maestros: «No tiene que ser enseñar, sino dejar que los niños aprendan. (…) Su función es plantear las preguntas adecuadas, incluso si no conocen la respuesta».
Yo también le preguntaría al señor Mitra si el papel del maestro ha de ser tan pasivo como él aboga: me cuenta mi hija de 11 años que, en un trabajo (o proyecto, llámenlo como quieran), sobre historia de las religiones, con internet como herramienta, el grupo que tenía que estudiar el Islam googleó el término y le aparecieron varias imágenes de degollamientos… Si no hubiera estado ahí un docente para dirigirles y explicarles que el Islam no se basa en degollamientos, ¿qué hubiera pasado?
— ¿Qué quiere decir exactamente ‘no hay asignaturas’, ni exámenes? ¿Se puede enseñar sólo por proyectos? ¿Es posible evaluar los conocimientos sin notas y sin exámenes?
Sin una base previa de matemáticas, lengua e idiomas, ¿es posible iniciar un proyecto? ¿Se puede aprender inglés por proyectos, por ejemplo?
Por lo que respecta a las evaluaciones, mi experiencia como madre de dos hijos en primaria y secundaria, en la red pública, es que los exámenes ya no son la única herramienta de evaluación pero siguen siendo una herramienta.
Es verdad que pueden ser son odiosos —aunque si te lo sabes, también pueden ser un placer—. Mitra los califica de «amenaza», como algo que «bloquea la creatividad» y de lo que «nuestro cerebro reptiliano nos manda huir». Su propuesta es desterrarlos. A cambio, propone «analizar la creatividad de cada uno» para evaluar a los niños (no detalla, por eso, cómo se analiza esa creatividad).
Pero ¿hay que desterrar completamente los exámenes? En su blog, el profesor Andrés Bello Haro hace esta argumentación sobre la necesidad de conservar las pruebas de evaluación. En su opinión: «Es posible llevar cabo una evaluación estandarizada y tiene efectos positivos». Y es que en la vida nos examinamos más a menudo de lo que nos pensamos (me viene a la cabeza la entrevista de trabajo, no hay examen más examen). Así que creo que no está de más aprender a lidiar con esa presión, a dominar a ese cerebro reptiliano.
Es cierto que el mundo ha cambiado y la educación, en sintonía, debe de transformarse, pero en este tipo de reportajes me faltan más preguntas, más puntos de vista y, especialmente, menos polarización y desprecio por lo anterior. Y creo que es labor de los medios ayudar a ello.