¿De pequeños tiranos a jóvenes violentos?

Pues muy probablemente sí, si no se controla.

La agresividad es, en parte, una herencia genética y, como tal, hay niños con mayor o menor tendencia a ella. Pero sea cual sea el caso, los padres debemos de controlarla. La educación, no los cachetes, es el arma para evitarla.

Sin embargo, en tiempos de modelos familiares hiperprotectores y permisivos, los expertos detectan que la agresividad campa a sus anchas en muchos hogares, lo que está provocando un aumento de agresiones de hijos hacia los padres.

De esto trata mi último reportaje para la revista Objetivo Bienestar, que comparto con vosotros y con el que he contado con tres entrevistados de lujo: Javier Urra, quien fue el primer Defensor del Menor de España y es autor, entre muchos otros libro, de El pequeño dictador ; Ángel Peralbo, director del área de Adolescentes del Centro de Psicología Álava Reyes y autor, también entre otros, de El adolescente indomable y De niñas a malotas y la psicóloga Júlia Pascual, directora del Centro de Terapia Breve Estratégica de Barcelona.

Os selecciono tres de sus citas, que me parecen muy relevantes en tiempos de hiperpaternidad e hiperprotección:

— «En la actualidad el modelo familiar predominante y donde hay más violencia adolescente es el hiperprotector. Eso acaba generando niños incapaces, porque sus padres le han facilitado tanto el camino que se sienten impotentes cuando salen al mundo real” (Julia Pascual)

— «Los violentos de este siglo son niños consentidos, sin conciencia de los límites, que organizan la vida familiar, dan órdenes a sus padres y chantajean a todo aquel que intenta frenarlos; jóvenes que engañan, ridiculizan a sus mayores y a veces roban; adolescentes agresivos que desarrollan conductas violentas” —  (Javier Urra)

Justificar las rabietas (a veces con frases como “es que está frustrado, el pobre”) hace que el niño: “Se esté empoderando a través de su agresividad y va a ser un adolescente o un preadolescente que va a tener que venir al profesional por problemas de conducta” (Ángel Peralbo)

Aquí tenéis el reportaje, en PDF (de-tiranos-a-violentos) y, más abajo, la versión entera. Se dan trucos para extinguir la agresividad y la respuesta a aquello de «el cachete a tiempo». Espero que sea de vuestro interés.

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¿DE PEQUEÑOS TIRANOS A JÓVENES VIOLENTOS?

La agresividad es, en parte, una herencia genética y, como tal, hay niños con mayor o menor tendencia a ella. La educación, no los cachetes, es el arma para evitarla. Pero en tiempos de modelos familiares hiperprotectores y permisivos, los expertos detectan que la agresividad campa a sus anchas en muchos hogares; destacando el aumento de la violencia de hijos hacia los padres. Texto: Eva Millet

Madrid, cinco de la tarde. Desde el autobús se observa a una madre y a su hija, en una plaza. La niña debe de tener dos o tres años. Está de pie, junto a su cochecito. La madre está sentada en un banco, al lado. Sería una escena de lo más normal del mundo si no fuera porque la niña está pegando, enfurecida, a la madre. La pega con los puños y con los pies, repetidas veces. Como respuesta, la madre se encoge un poco de hombros, aprieta las rodillas y abre las palmas de sus manos, para atemperar los golpes y las patadas. La niña sigue y sigue y la madre, como única táctica para repelerla, adopta esa posición pantalla, a todas luces infructuosa. No le dice nada ni tampoco actúa: permanece pasiva frente a la furia de su pequeña hija que, cuando el autobús se pone en marcha, continúa. La pasajera de al lado, que seguramente es abuela y también ha sido testigo de la escena, niega varias veces con la cabeza y, sin dirigirse a nadie en especial, se pregunta en voz alta: “¿Cómo ha podido consentir eso la madre?”

 La agresividad y el ser humano van de la mano. Como señala la psicóloga Julia Pascual, citando a Freud: “La agresividad es una disposición pulsional, una tendencia intrínseca de la naturaleza humana”. Pascual es miembro del Colegio de Psicólogos de Catalunya y directora del Centro de Terapia Breve Estratégica de Barcelona, pero está muy de acuerdo con el padre del psicoanálisis en que los humanos: “Nacemos agresivos pero la violencia se construye”. El entorno —familiar y social—, es fundamental para que se produzca este cambio. Y la educación, la clave para evitar que la violencia no se desate.

 De todos modos, como apunta el psicólogo Ángel Peralbo, autor de libros como El adolescente indomable y De niñas a malotas (La Esfera de los Libros), hay humanos que nacen más o menos activados hacia la violencia: “Porque todos tenemos diferentes rasgos que nos diferencian, como la impulsividad—que en la adolescencia se eleva enormemente—. Rasgos que se detectan muy temprano y que no se van a poder dejar de tener pero sí se pueden gestionar”, explica a Objetivo Bienestar. Este especialista en Psicoterapia, que dirige  el área de Adolescentes del Centro de Psicología Álava Reyes, dice que es misión de los padres ayudar a los hijos a que aprendan a controlar estos rasgos: “Somos nosotros quienes tenemos que enseñarles la capacidad de manejar esta agresividad”. Otro experto en la materia, Javier Urra, doctor en Psicología y Ciencias de la Salud, también es de la opinión que, por naturaleza, hay niños más agresivos que otros: “Nacemos con herencia. Eso es el temperamento. Que se trasmite genéticamente” explica vía e-mail. Sin embargo, añade: “El aprendizaje, el contacto, el modelaje en los primeros años de vida resulta aun más significativo. Hay estudios con gemelos univitelinos realmente relevantes sobre este tema”.

Urra fue el primer Defensor del Menor de España y es el autor de el libro El pequeño dictador (Esfera de los Libros), un superventas donde puso sobre la mesa un nuevo fenómeno social: el de los hijos acosadores. Aunque, desgraciadamente, los niños siguen siendo las víctimas principales de la violencia, su tesis es que no solo en el trabajo o en la escuela encontramos ejemplos de mobbing o bullying, sino también en el ámbito del hogar y por parte de los hijos hacia los padres. Los violentos de este siglo son: “Niños consentidos, sin conciencia de los límites, que organizan la vida familiar, dan órdenes a sus padres y chantajean a todo aquel que intenta frenarlos; jóvenes que engañan, ridiculizan a sus mayores y a veces roban; adolescentes agresivos que desarrollan conductas violentas”, se describe en el libro.

VIOLENCIA FILIO-PARENTAL

Urra es el responsable de que España sea pionera en haber puesto sobre la mesa una cuestión que en muchos lugares es tabú: la violencia filio-parental. Un tema desagradable, del que se habla poco pero que existe y, además, va en aumento. En 2014 hubieron 6.000 denuncias por violencia de hijos contra padres (en 2013: 4.659). “Y hay que tener en cuenta la enorme cantidad de padres que no denuncian”, apunta Urra, quien destaca que este no es un problema de progenitores e hijos, sino un problema social, propio del siglo XXI, que se ha afianzado y que es interclasista. Es decir: se da en todo tipo de familias, pobres, ricas, de clase media, desestructuradas…

Y es que si hasta no hace demasiado la ecuación más básica que explicaba la agresividad de los niños y jóvenes era: padres y/o entorno violento = hijos violentos, hoy las cosas han cambiado. Expertos como Urra están comprobando que los dos principales modelos educativos actuales: los llamados “modelo Hiperprotector” y el “Democrático/Permisivo”, son el perfecto caldo de cultivo para que se desarrolle la violencia. “Sí, en la actualidad el modelo familiar predominante y donde hay más violencia adolescente es el hiperprotector”, explica Julia Pascual. Un tipo de crianza basada en la constante supervisión y la justificación a ultranza de los hijos y en el evitarles, a toda costa, que experimenten cualquier frustración. Como explico en mi libro, Hiperpaternidad (Plataforma Actual), los padres híper sitúan a sus hijos en una especie de altar doméstico y les resuelven por sistema sus problemas. “Eso acaba generando niños incapaces, porque sus padres le han facilitado tanto el camino que se sienten impotentes cuando salen al mundo real”, explica Julia Pascual, quien define a estos niños: “Como los conejitos en el mundo externo que se convierten en leones en el hogar”. Porque la violencia, explica: “Se manifiesta cuando llegan a su casa y no toleran ya ni una dosis de frustración, convirtiéndose en verdaderos leones Sus padres son sus esclavos. El amor en exceso invalida y puede abrir las puertas de la violencia”, concluye.

captura-de-pantalla-2016-10-19-a-las-13-23-14La sobreprotección a menudo se mezcla con el modelo llamado democrático/permisivo, que se caracteriza por una ausencia de jerarquías en las familia: todos, padres e hijos son iguales. Son amigos. Como se explica en el ensayo Modelos de familia, (Herder), en este sistema familiar las reglas están mal vistas y, las pocas que existen, se pactan entre todos. En este tipo de familias tampoco existen los límites ya que se consideran poco democráticos. “La familia democrático-permisiva vive en una constante fluctuación y transformación de las reglas”, escriben los autores del libro, los psicólogos Giorgio Nardone, Emanuela Giannotti y Rita Rocchi, quienes describen a los padres de este tipo como “dóciles” —como esa madre que permitía que su hija la pegara, sin oponer resistencia— y, obviamente, permisivos. Una permisividad que, señalan, puede tener una validez funcional y positiva en la vida de pareja pero que, trasladada al contexto amplio de la familia: “Se transforma en un estilo que crea el clima ideal para que crezcan jóvenes tiranos”, dictaminan.

¿NIÑO AGRESIVO, ADOLESCENTE AGRESIVO?

“Es verdad que los padres nos hemos perdido; hemos pasado de un modelo muy autoritario a un modelo muy laxo”, asevera Ángel Peralbo. Ello ha producido un aumento de la agresividad en los hogares que también se explica “por una primera razón, amable, que es evidentemente, el entorno de confianza”, enumera el psicólogo. Sin embargo: “En los últimos tiempos se ha rebajado mucho el liderazgo en casa por parte de los padres y las madres; tenemos niños y niñas muy crecidos y, posteriormente, adolescentes muy desorientados porque no se les han puesto los límites”.

Y los límites, reiteran los expertos, son la base de la educación y una herramienta clave para neutralizar la agresividad y, especialmente, para que los niños aprendan a controlara. Y esto se empieza a enseñar desde que son pequeños. “Porque el gran problema no es tanto de donde viene esta agresividad o como se formó, sino qué es lo que ha ocurrido en estos años, para que esa agresividad haya sido la constante, explica Peralbo. Por ello, este experto recomienda que, como padres hay que estar alerta y poner freno a conductas agresivas incipientes porque si no, pueden pasar factura en el futuro, tanto en casa como fuera: “Muchos de los casos de la violencia han comenzado con conductas muy sencillitas y estos primeros momentos son claves para no dejar pasar estas actitudes”. Si no se paran, advierte, las rabietas y las agresiones de los niños pequeños “van in crescendo”. Es decir, un niño de 4-5 años al que estamos gestionando mal las rabietas (justificándoselas a veces con frases como “es que está frustrado, el pobre”): “Se está empoderando a través de su agresividad y va a ser un adolescente o un preadolescente que va a tener que venir al profesional por problemas de conducta”, asegura.

El psicólogo no duda en que un niño agresivo, si no se controla, deriva en un adolescente agresivo “Y los adolescentes agresivos son infinitamente más complicados. La violencia está entonces muy asentada”. Y aunque existe margen para trabajar con adolescentes agresivos, es mejor educar en la infancia. Así, si el hijo o la hija pequeños muerden, pegan, dan patadas o estiran de los pelos, hay que pararlos. Punto. Se requiere de los padres tolerancia cero a la agresividad, aunque nos hayan dicho por ahí que es una forma más de expresión del niño.

 TÉCNICAS PARA EXTINGUIR

¿Y cómo se para? “Si estás en el parque y tu hijo pequeño te está pegando, por ejemplo, lo coges como si fuera un saquito de patatas y te la llevas a casa hasta que se tranquilice y, por supuesto, le coges las manos para que no te pueda pegar. Permitir, justificar una acción así, es incrementarla en el tiempo: clarísimamente, volverá a hacerlo”, asegura Peralbo. Con los adolecentes, añade: “Una de las cosas que les aconsejamos a los padres y las madres es que, al contrario de lo que se hace habitualmente: hablar y razonar con ellos —que lo único que hacen es reforzar los comportamientos agresivos de cualquier persona—, les enseñamos a extinguir”. Es decir, a no entrar en el conflicto, no hacer caso, no batallar si el hijo o la hija dan un portazo o te dicen algo con agresividad, para buscar tu atención. “Has de seguir haciendo tus cosas, sin inmutarte, procurar no enfadarte, que no se te note”, recomienda este experto, quien sabe que es un ejercicio que cuesta pero que tiene resultado: “Porque lo que hacemos es empoderar a los padres, que no te noten débil. Pero para eso no te has de poner agresivo: no hace falta hacer lo mismo que hace tu hijo o tu hija, porque les estás mostrando la debilidad”.

La técnica que propone Julia Pascual, dentro de la Terapia Breve Estratégica, es similar. Esta psicóloga compara a un niño que se pone agresivo con “un caballo salvaje”. “Y si quieres que acabe haciendo lo que tu quieres, cuando más lo intentes controlar más se va a rebelar. La única forma de que pare es darle un espacio para que se calme, sin hacerle daño a nadie” aconseja. ¿Cómo se hace? “Lo que les enseñamos a los padres y a los profesores es que cuando hay un niño violento o con una conducta que hace daño, toda la clase tiene que parar y observarlo como si fuera un espectáculo”. El que todos lo miren resulta en un efecto paradójico que lo detiene: “Porque la agresividad y la violencia son para llamar la atención y boicotear lo establecido y si el padre el maestro o la clase se los quedan mirando como si fuera un teatro, desarman la violencia”. Estas técnicas se conocen como “del púlpito” o “del teatro” y se pueden también hacer en un espacio público, frente a la típica rabieta del crío en el supermercado, por ejemplo: “Si después de llamarle la atención, el niño continúa, yo recomiendo pararme, sentarme y, mientras lo observo, decirle: ‘Por favor, haz el numerito que la mamá te mira…’ Es el efecto paradójico, que funciona muy bien”. El interpelado se queda tan desconcertado que se detiene. “Y es también interesante que, cuando lo haya hecho, se haya controlado, le des mucho amor, y lo lleves, sin palabras, donde tu querías”, añade Pascual. El sermón en ese momento, asegura, no sirve. El niño se ha controlado, ya sabe que ha hecho el numerito y no hace falta decirle nada más. “Y, encima, tampoco le hemos dado la opción de descontrolarnos nosotros”, recalca la terapeuta.//

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Ya sé que los LÍMITES no están de moda pero siempre que consulto a expertos sobre educación, los recomiendan.

 

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