«Movido», «distraído», «patoso»… El peligro de etiquetar a los niños

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Cuando era pequeña mi padre comentaba que yo era «igual» que mi abuela. Mi abuela era su suegra, Alicia Amigó Vicens; una mujer de fuerte carácter con la que se llevaba… ¡fatal! Cuando empezó a decírmelo yo era bastante pequeña, pero los niños pequeños no tienen un pelo de tontos. Lo detectan todo. Especialmente, las emociones. Así, enseguida detecté que a mi padre no le caía bien mi abuela y que a ella, él tampoco. Por eso, cuando escuché por enésima vez decir que yo, su hija, era igualita a su suegra, por la que no sentía excesiva simpatía, sumé 1+1 (soy igual que mi abuela + a mi padre no le cae bien mi abuela) y entendí que el 2 equivalía a = pues yo no le caigo bien a mi padre.

Años después, le comenté a mi progenitor esta conclusión infantil, que llevé en la mochilita que nos vamos haciendo en la vida durante muchos años, y le pareció más o menos una tontería. «Si tu no te pareces a tu abuela», me dijo. A esas alturas, yo ya había notado que no me parecía demasiado a mi antepasada, así que me pregunté, un tanto indignada: ¿Por qué demonios me etiquetó, entonces, desde muy pequeña, como una especie de clon suyo?

Lo de etiquetar a los niños es una especie de deporte familiar que se hace sin mala intención pero que puede llegar a ser una carga. Me encanta por ello leer sobre «etiquetas patologizantes» en el nuevo libro del psicólogo italiano Giorgio Nardone: Ayudar a los padres a ayudar a los hijos (ed. Herder).

 

NARDONE 1

Portada del último libro de GIORGIO NARDONE, si quieres saber más sobre él y su método, aquí tienes una entrevista que le hice hace tiempo. Entrevista Giorgo NARDONE

Nardone es una autoridad en la psicoterapia y en el llamado «problem solving». Su método, la Terapia Breve Estratégica, aboga por dar soluciones rápidas, muy prácticas a los problemas cotidianos. Problemas personales, de pareja, hijos… A diferencia de otras terapias, esta es expeditiva y propone ejercicios y «trucos» para solventarlos que resultan bastante efectivos.

El título de su último libro, Ayudar a los padres a ayudar a los hijos, ya dice bastante sobre su contenido. Alterna casos prácticos, ilustrativos, sobre todo tipo de problemas de crianza y educación, con reflexiones sobre situaciones que se dan en las diferentes etapas del desarrollo del niño. La del etiquetado patológico es una de ellas.

  • Nardone escribe que «a los niños les influye muchísimo el trato que reciben de su padre y de su madre». Pero lo que con frecuencia se ignora es que «son igualmente sensibles a los que los padres piensan de ellos, a cómo los ven y a lo que esperan de ellos». El modo en que un progenitor percibe al hijo –las características que le atribuye, las capacidades y defectos que ve en él– influyen en sus interacciones.

  • El etiquetado puede ser positivo: Nardone cita un experimento conocido como el efecto Pigmalión, realizado en una escuela americana, en la que el psicólogo Robert Rosenthal informó a maestros de varias clases que había identificado, mediante un test, un 20% de niños más dotados intelectualmente. A final de curso, ese 20% señalado había mejorado su rendimiento de forma significativa respecto a los demás aunque, en realidad, habían sido elegidos al azar y no sobre la base de los resultados reales del test.

  • El maestro, de forma inconsciente, casi, y de acuerdo con las expectativas de ese 20% supuestamente más dotado, había estimulado a ese 20%… El resultado de este tratamiento preferencial se había traducido en una mejora del rendimiento escolar.

  • Pero, se pregunta Nardone: ¿Qué pasa si el etiquetado, la expectativa, en vez de positiva, es negativa? Si en vez de ser calificado como «inteligente» o «dotado por los deportes», el niño es «un poco lento», «patoso», «distraído» «desobediente», «movido», «hiperactivo», «rarito», «callado» o sencillamente, «imposible».

El problema, señala Nardone, «surge cuando se construyen expectativas negativas sobre su hijo», cuando todos lo que están a su alrededor, en especial los padres, «modifican gradualmente el trato que le dispensan de acuerdo con la expectativa definida por la etiqueta». Es decir, se evita que el «patoso» pruebe determinados deportes; que el «callado» participe en la conversación etc.

En definitiva: ocurre todo lo contrario al descrito «efecto Pigmalión» y, en consecuencia, el niño etiquetado de lento o patoso o raro tiene muchas probabilidades de convertirse, efectivamente, en lento, patoso o raro. «Este fenómeno especular no solo afecta a las capacidades escolares en el niño», escribe Nardone, sino también, «a su equilibrio mental y a su seguridad existencial».

Cada niño es único y diferente y tiene toda una vida por delante para desarrollarse. Por eso, a la hora de «definirlos» precozmente, vale la pena morderse la lengua. En especial, si el etiquetado (ya sea en referencia a sus capacidades cognitivas, su comportamiento o su parecido con un miembro más o menos apreciado de la familia), va a marcarlo de forma negativa.

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Un comentario en “«Movido», «distraído», «patoso»… El peligro de etiquetar a los niños

  1. ¡Interesante reflexión!
    Lo cual no significa que no podamos decir nada a nuestros hijos cuando una conducta no está bien o hay algo que pueden mejorar.
    Por ejemplo:
    – en lugar de «siempre estás enfadado» (generalización exagerada) podemos decir: «te veo con el ceño fruncido, ¿te ha pasado algo? ¿quieres que hablemos? ¿puedo hacer algo por ti?» (descripción de lo que vemos, aportando posibles soluciones).
    – en lugar de «Pareces tonto» (descalifica a la persona, ya no digamos si se le dice «Tonto»), podemos decir: «Eso que acabas de hacer/decir es una tontería» (califica el hecho, la frase, y por lo tanto, se puede rectificar y aprender).

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