Observaciones sobre el estrés de fin de curso

Imagen 3Junio. Mes en el que empieza a apretar el calor, en Barcelona estallan las jacarandas y las adelfas y las vidas se reducen a un objetivo: que acabe el curso, que empiecen las vacaciones. Siempre ha sido un mes con un punto de frenesí, de anticipación. Sin embargo, en los últimos tiempos, un estrés puro y duro se ha apoderado de estas semanas previas al fin de curso. Especialmente, entre los padres y las madres. Estos días, vaya donde vaya, me topo con progenitores que tratar de adaptar sus agendas a los siguientes eventos:

  • Festivales de fin de curso de extraescolares (con todas sus derivadas). Entre otras: ensayos en horarios no habituales, pruebas de vestuario y peluquería, trabajos alrededor de ese vestuario –que pueden oscilar entre ir a comprar el atuendo, coserlo e incluso, fabricarlo–, adquisición de entradas, asistencia al festival –que suele tener lugar en fin de semana en un horario poco conveniente–, grabación del mismo, coordinación con otras familias que también asisten, etc.)

  • Fiestas de fin de curso de la escuela (también con sus derivadas. Entre otras: asistencia casi obligatoria cuando los niños son pequeños; asistencia obligatoria si el hijo o hija participan en una demostración, partido, baile o representación y participación semi-obligatoria en iniciativas como el bar pro-viaje fin de curso y los partidos entre padres y madres.)

  • Cenas de padres con motivo del fin de curso: en escuelas e institutos se ha institucionalizado el que padres y madres se conozcan entre ellos. Con sus pros y sus contras, la escuela es una parte más de la vida social de las familias de este siglo. A los grupos de whatsapp, cenas de madres a lo largo del año y partidos de fútbol de padres un día a la semana, el fin de curso también implica un evento de despedida que implica la asistencia de los progenitores. Suele ser muy distraído, pero suele caer entre semana, dejando a un@ bastante KO de cara al día siguiente, en el cual seguramente habrá otro evento relacionado con el fin de curso de la prole.

Fue precisamente en una de estas cenas (a la que acudí casi arrastrándome pero acudí, sintiendo que debía hacerlo «por mi hijo»), donde ratifiqué que este momento del año se ha convertido en sinónimo de estrés. «Esto es demasiado»; «Vamos todo el día de aquí para allá»; «Es que no paramos»… fueron algunas de las frases que oí solo llegar. Otros padres y madres también expresaban su preocupación porque tenían pendientes el organizar los veranos de los hijos (apuntarlos a colonias, casales, cursillos…), que en estas latitudes son larguísimos. «Un agobio», sintetizó una madre. Tenía razón. El fin de curso se está convirtiendo en un agobio porque todo este nuevo frenesí se ha añadido al frenesí esencial (y original): los exámenes a los que se afrontan los hijos e hijas, ya de por sí cansados de meses de cole, madrugones, excesivas extraescolares y jornadas cada vez más largas.

Es sabida mi opinión que nos estamos pasando bombardeando a nuestros hijos con tanta actividad programada. Ya son varios los expertos que advierten que, con tanto frenesí (que se acentúa en estas fechas), los niños están perdiendo el tiempo para la calma y la tranquilidad e, incluso, para el aburrimiento (que también es importante). También, el tiempo para el juego libre, más fundamental para su desarrollo que la mejor de las extraescolares.

Estrés fin de curso 1Justo cuando me disponía a escribir sobre el tema leo en La Vanguardia este reportaje de Cristina Sen titulado El tesoro de la cabaña interior. El subtítulo: «Los niños, víctimas del estrés adulto, necesitan educar su interioridad», lo dice todo. El reportaje se basa en el libro Educar la interioridad (ed. Plataforma), que ha escrito Luis López González, doctor en Psicología y profesor de la Universidad de Barcelona. El autor denuncia una anormalidad que se está volviendo normal: ¿Desde cuándo los más pequeños viven con prisas y estrés? 

En el reportaje, López González asegura que «nuestros hijos no son capaces de estar consigo mismos» (sospecho que muchos de sus padres tampoco) y achaca la «invasión tecnológica» (con los universos virtuales que conlleva), como una de las causas. También alerta contra «la obsesión por distraerlos, llenarlos de actividades» y demanda una vuelta a un cierto «recogimiento», a quedarse en casa, tranquilos: «Muchas veces los hijos prefieren quedarse en casa al mejor de nuestros planes», apunta.

estrés fin de curso 2Con su libro, Luis López González reivindica la necesidad de esta calma para que los niños puedan tomar «consciencia de si mismos, de sus necesidades y sus límites». Sin tiempo para la reflexión, sin silencio, yendo constantemente de aquí para allá o con la pantalla siempre frente a ellos, no hay espacio para «reflexionar, contemplar y sentir». El libro incluye ejercicios prácticos para realizar con los niños así como pautas para que los adultos les ayudemos a mejorar sus recursos emocionales y aumentar su bienestar psicológico.

El reportaje se complementa con un artículo sobre cómo prácticas como la relajación, la meditación y el hoy inevitable «mindfulness» (un término que empieza a aparecer por todas partes y que equivale a la conciencia plena), están empezando a considerarse como materias para incorporarse en el currículum escolar. Escribe Cristina Sen que en España se ha programado por primera vez un máster universitario sobre estas prácticas.

Tengo la sensación de que, en estos tiempos frenéticos, esta será una nueva tendencia: enseñar a los niños a relajarse, a concentrarse y a ser conscientes de si mismos. Lo que me temo, sin embargo, es que tal y como están las cosas, el mindfulness para niños se convierta en una nueva actividad extraescolar, que implicará más idas y venidas, menos horas de juego y, quién sabe, quizás un festival de fin de curso… Al tiempo.

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2 comentarios sobre “Observaciones sobre el estrés de fin de curso

  1. Desde luego… Pero ya verás como acaba así. Hoy también he leído en El País que en Nueva York, las mamás de la zona más rica contratan «asesores de juegos para niños de cuatro años que no tienen tiempo de jugar porque tienen demasiadas clases de enriquecimiento”. En fin… Qué pena.

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