Publico en el suplemento QUIEN de La Vanguardia un artículo sobre Amy Chua (chua pdf), quien saltó a la fama hace un par de años gracias su biografía, “Madre Tigre, hijos leones”, donde contaba cómo había criado a sus dos hijas con la premisa de que fueran las mejores en lo que ella les dijera, costara lo que costara.
Chua nació en 1962 en Champaign, Illinois. La mayor de las cuatro hijas de un matrimonio de inmigrantes chino-filipinos. En su hogar, las normas eran férreas y la prioridad, la excelencia. Se les exigía mucho y se concedía muy poco. Siempre la mejor de la clase y licenciada en Harvard, no le costó encontrar un buen empleo: primero en una prestigiosa firma de abogados y, más tarde, como docente en Yale. Por ello, cuando fue madre, tenía clarísimo que iba a educar a sus hijas “del mismo modo que me educaron a mi”.
Los métodos educativos de la madre-tigre contrastan con los del padre de la que es seguramente la niña más respetada del mundo: Malala Yousafzai. Coincidiendo con la elaboración del texto sobre Chua, leo un artículo en ‘The Guardian’ sobre Ziauddin Yousafzai, el padre de la famosa activista pakistaní. Yousafzai es maestro y vive con su familia en Inglaterra después de que los talibanes tirotearan a Malala por defender la escolarización de las niñas en su país. En el artículo da unas pistas interesantes sobre su rol como padre de la que hoy ya es una adolescente y un símbolo internacional.
En una sociedad tan machista como la pakistaní, la actitud de Yousafzai hacia su hija y su campaña por la educación de la niñas son remarcables. Sin embargo, Yousafzai asegura que Malala es más brillante que él («siempre se ha expresado mucho mejor»). Como padre, se siente lógicamente orgulloso de su hija: «Mucha gente hablaba en favor de la educación cuando los talibanes bombardeaban escuelas en el valle de Swat, pero la voz de Malala era como un crescendo. Era la más pequeña, pero su voz era la más grande, porque hablaba por ella misma», asegura.
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