De madrastras, cenicientas e hijas sin madre

Ya sé que, como en la vida hay de todo, en el mundo existen buenas madrastras. Pero este es un post dedicado a las madrastras-madrastras. A las malas. A esas que, como dice el diccionario de la Real Academia Española, no son sólo la «mujer del padre respecto de los hijos llevados por este al matrimonio» sino también, la «cosa que incomoda o daña«.

Quien esto escribe vivió durante unos años con una madrastra y no guarda precisamente buenos recuerdos de la experiencia. De todos modos, nada comparable con este testimonio aparecido en The Guardian a raíz del debate que ha surgido en el Reino Unido en torno a la llamada «ley Cenicienta»; una iniciativa que contempla incluir el concepto de maltrato emocional hacia los niños en la legislación.

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El texto (cuya lectura provoca una mezcla de angustia y rabia), se titula My cruel stepmother’s abuse cast a long shadow over my childhood (El cruel maltrato de mi madrastra amargó mi niñez) y en él, su autora, Chrissie Thomas, explica cómo su quedó huérfana a los tres años y, sin que pasara demasiado tiempo, su padre se casó con su secretaria. De este modo le metió en casa una madrastra tremenda, la cual se dedicó a machacarla durante toda su niñez, con todo tipo de retorcidos métodos que alternaban la violencia física con la emocional: de romperle el peluche que le había regalado su madre a quemarle la nuca con el secador, pasando por semi-ahogarla en la bañera y obligarla a comer cosas repugnantes («A los diez años, se empeño en convertirme en gorda», escribe Thomas. «El desayuno era leche hervida con mucha crema, copos de avena –porridge– y un bocadillo de mermelada con una capa de mantequilla de un dedo de grosor. Una vez vomité en el porridge pero, como tenía tanto miedo de ella, me lo comí»).

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La pesadilla, duró años y años y (como suele ocurrir en estos casos), incluía un trato preferente al hijo biológico de la madrastra. Y, como también suele ocurrir en estos casos, (¡y creo que es la parte más escandalosa!), el padre hacía ver que no se enteraba de nada… La autora asegura que su historia es perfecta para justificar una ley que haga que «los padres y madres que priven de afecto y amor a sus hijos puedan ser procesados criminalmente». El nombre propuesto, Cenicienta, le parece estupendo. A ella, de pequeña, el cuento le daba esperanza.

Detrás de las madrastras, sobre las cuales se ha escrito mucho, hay otro perfil menos conocido sobre el cual, en cambio, se ha escrito muy poco: las hijas sin madre. Niñas y adolescentes que se quedan huérfanas y quienes, como Chrissie y quien esto escribe, crecen sin esta figura fundamental. Algo que, madrastras aparte, es una auténtica putada.

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He buscado información sobre el tema y, hasta la fecha, lo mejor que he encontrado es un texto del reconocido psiquiatra Luis Rojas Marcos, parte de su libro Antídotos de la Nostalgia. En origen apareció en un artículo de opinión de ‘El País’, hace ya años, pero el enlace no aparece por ninguna parte, así que resumiré su contenido. A mi todavía me emociona.

«Casi un millón de niñas menores de dieciocho años viven en hogares sin madre en Estados Unidos (…) A pesar de esta abrumadora realidad, se nos hace muy difícil aceptar que las madres puedan morir jóvenes. Pienso que esta resistencia colectiva se alimenta del convencimiento de que ellas son la única fuentes inagotable de amparo. Es el miedo infantil que todos llevamos dentro a que nos dejen solos y sin sustento. La muerte del padre también es traumática, pero no inspira tanto estremecimiento, tanta indignación. Hiere menos nuestras premisas fundamentales de la vida».

«Las jóvenes que perdieron a su madre tenían un falso sentido de seguridad. En su corazón albergaban la creencia de que las madres son inmortales, que una madre nunca abandona a sus hijos pequeños. Esta impensable pérdida se convierte luego en la experiencia más profunda e impactante de sus vidas, en el acontecimiento cumbre que determina su futura identidad. Muestran además un impulso casi incontrolable de contarlo (…) Recuerdo a la estudiante de medicina que me llamó un día para acordar una cita. Al pedirle que me describiera su aspecto físico para poder reconocerla me respondió con esta precisión: ‘Tengo el pelo castaño, soy más bien bajita, llevo puesto un abrigo rojo y mi madre murió cuando yo tenía catorce años»

«Las hijas sin madre que he conocido posee un sentido muy agudo de la mortalidad. Hablan de espacios interiores vacíos, de piezas que faltan, de la herida abierta que llevan en la boca del estómago. (…) Avanzan desprotegidas por la vida. Aprenden a ser madres por su cuenta. Algunas se convierten en acaparadoras emocionales. Acostumbradas a recibir menos de todo lo que quieren o necesitan, tratan de acumular lo más posible.»

«Todas las hijas sin madre son conscientes de que su duelos las ha marcado y endurecido, pero también las ha impulsado a seguir caminos que, en circunstancias normales, no hubieran elegido. No pocas afirman que «la gran pérdida» hizo brotar en ellas un torrente inesperado de energía vital y creativa. No debe ser simple coincidencia el hecho que docenas de mujeres notables perdieran de niñas a sus madres: Marie Curie, Gertrude Stein, Eleanor Roosevelt, Jane Fonda, Madonna, Liza Minnelli, Oprah Winfrey, Virgina Woolf… Son muchas las hijas sin madre que no sólo superan aquella privación y aquel dolor, sino que resurgen con más fuerza y vuelven a volar.»

mamá















(Mi madre y yo, a principios de los 70) 

 

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6 comentarios sobre “De madrastras, cenicientas e hijas sin madre

    1. Gracias Marta! La verdad es que el texto de Rojas Marcos es muy bueno, da en el clavo. Y mira que tiene años… A todas las «huérfanas» a las que se lo he pasado les ha impactado porque, como explico, es un tema del que se habla poco: crecer sin madre y aquí se dan unas claves en las que muchas nos reconocemos. Y la historia de la madrastra es de película de terror (o de Cenicienta!).

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  1. Gracias Eva! Este texto me ha hecho pensar en varias pacientes que tengo a las que les he reenviado tu texto y estoy segura que les emocionará tanto como a mi.
    Hay heridas que duelen siempre aunque cicatricen y cierren, dejan un impacto que lo cambia todo para siempre. La capacidad de resilencia es fundamental, pero los niños y los adolescentes aún no la han desarrollado (bueno, muchos adultos tampoco) por lo que se ven obligados a crecer de rápidamente para sobrevivir. Es muy injusto, es muy duro. Textos como el tuyo pueden ayudar a esas personas a ver que lo que les ha pasado y lo que sienten también lo han sufrido otras personas. No consuela, pero facilita el proceso de adaptación funcional.
    Gracias también por compartir la foto, es maravillosamente auténtica, tierna y amorosa.

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    1. Gracias a ti Maribel! Y me alegro que lo hayas compartido y que pueda servirle a alguien más. La verdad es que poco más he encontrado sobre este tema pero es un texto perfecto. Y si, la foto es preciosa. No suelo colgar fotos personales pero en este caso, hice una excepción. Un abrazo, Eva

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