Los niños lectores nos emocionan a muchos. En parte, porque cada vez hay menos. Con la publicación de mi primera novela infantil he puesto mi granito de arena para que esta sana costumbre no se extinga.
Hace unos días Cristian Segura publicaba en EL PAIS este estupendo artículo, recibido con entusiasmo por todos aquellos que fuimos niños lectores. El periodista contaba la historia de Hao Yu, un niño que pasa horas y horas leyendo en una librería de Barcelona. Como escribe Segura: “Una tarde de agosto de 2017, aburrido de no hacer nada, Hao Yu entró en la librería +Bernat de Barcelona, se sentó en la que ahora dice que es su butaca, y empezó a leer. Un año y tres meses después, Hao Yu, de 12 años, sigue ocupando cada día su butaca para leer y leer: lo hace durante el parón del almuerzo en el colegio —de 13.30 a 14.30—y por la tarde —de 18.00 a 20.00—”.
Los padres de Hao Yu son de origen chino y, como escribe Segura: no entienden de dónde le sale este fervor lector. “En casa no hemos leído mucho”, dice Lili, la madre. Ella y su esposo regentan un bar frente a la librería. “El verano de 2017, Hao Yu estaba harto de no hacer nada en el bar mientras sus padres faenaban (…) y se fugó a +Bernat”, reza el artículo.
Entonces empezó a leer. A devorar lo que encontrara; aunque, al parecer, le encanta la ciencia ficción. Como escribe Segura, el niño ya cuenta con su rincón fijo en la librería: «La butaca de Hao Yu tiene una lámpara de pie y una mesita en la que deja los libros que tiene a medias: esta semana tiene pendiente de acabar El problema de los tres cuerpos, del genio de la ciencia ficción Cixin Liu. Si vuelve de la escuela y la butaca está ocupada, no para hasta que consigue echar al invasor. «Hay días que ha dejado un papel en el que escribe: ‘Ocupado’»», explica Montse Serrano, la dueña de la librería.

El artículo ha sido muy bien recibido en las redes sociales, creo que por todos aquellos que fuimos niños lectores y nos reconocemos en la pasión de Hao Yu. También, porque el caso es una rareza: en un mundo de hiperconexión y estímulos constantes en el que la gente (no solo los niños), cada vez lee menos, la pasión y la concentración de Hao Yu son sorprendentes. Sabemos que está en otro universo, el de los libros, y que este es un lugar muy agradable. Un lugar donde aprendes, creces, sufres, te emocionas y te diviertes (y a un módico precio, además). No podemos dejar de envidiarlo un poquito y, algunos, desear que a nuestros hijos se les contagiara esta pasión que a nosotros también nos proporcionó tantos buenos ratos.
Como les decía a principios de esta crónica, he puesto mi granito de arena para tratar de seducir a algunos lectores. He publicado mi primera novela infantil, titulada La última sirena a partir de un cuento que surgió hace ya unos años: se la conté a mi hija mientras caminábamos hacia una playa. La niña estaba cansada, quejica, etc. (pueden imaginar) y, para distraerla, le conté la historia de una niña y una sirena. La medio escribí, la dejé en un cajón y la recuperé hace un par de años.
Al hacerlo, me sorprendió (o no) que Clara, el personaje central, fuera una hiperniña de once años cuya frenética existencia entre colegios de élite, ristras de extraescolares, fines de semana siempre planificados y un sinfín de actividades se corta en seco debido a una grave crisis familiar. Llega el verano y sus padres —sin medios para veranear ni para mandarla, como solían, a un campamento en el extranjero—, deciden que lo pase con unos tíos abuelos, a los que Clara no conoce, en una pequeña isla delMediterráneo.
