Sábado por la mañana. En el mercado. Compro fruta y verdura y, con el frutero, pasamos de hablar de las judías y de las mandarinas chinas al «pijama party» que va a tener lugar en mi casa esa misma noche. Aprovecha el momento para comentarme, con cara de circunstancias, que su hija también tiene una fiesta esa tarde: «una limusina party», en concreto. Una amiga de su hija la ha invitado, a ella y a otras amiguitas, a pasearse con una limusina rosa por Barcelona para celebrar su cumpleaños.
Mi cerebro no acaba de asimilar una información de este tipo, así que vacilo unos segundos antes de preguntarle:
– ¿Cuántos años tiene tu hija?
– Once –me responde, mientras me pone medio kilo de judías verdes en una bolsa de plástico. La cierra con firmeza y me explica que la madre de la niña de la limusina rosa «tiene una agencia de modelos».
No sintiéndome satisfecha con esa explicación, le pregunto a qué colegio va su hija. Me responde que al colegio X, uno de los más exclusivos de Barcelona. Conozco bastante bien el colegio X, así que empieza a sorprenderme menos la idiotez de organizarle una fiesta con limusina rosa a una niña de once años. También siento que el pijama party de la mía, al que accedí en un momento de debilidad materna, es lo más normal del mundo. Asimismo, me parece que quizás debería dejar de comprar en ese puesto, porque el colegio X es carísimo. Entre tanto pensamiento, tengo tiempo de pedirle que me ponga dos aguacates y le digo:
– Pero, si a los once años le organizan una fiesta así, ¿qué le van a organizar a los dieciocho?
El frutero primero se encoge de hombros pero después me dice que él también se ha hecho esta pregunta y que, antes de que se suba a la limusina rosa, va a hablar con su hija, explicándole «que las cosas no son así». Le pido que me cobre. Pago, salgo del mercado y me voy a casa.
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El pijama party es todo un éxito. Me imagino que también lo habrá sido la limusina-party.
Dos días después, leo en la web de The Guardian esta noticia: Un niño de 5 años no va a una fiesta y recibe una factura de 15.95libras. Al parecer, al niño (inglés) lo invitaron a una fiesta en una pista de esquí artificial, en Plymouth. Los padres confirmaron pero, en el último momento, se dieron cuenta de que el pequeño estaba «double booked» (es decir, tenía dos compromisos; la fiesta y una visita a los abuelos). Ante la disyuntiva, tiró más la familia y el niño no fue a la fiesta. La madre no avisó a la otra madre y la cosa hubiera quedado así, como una muestra de descortesía más bien poco británica, cuando recibió la factura.
En esta se indicaba el concepto («no presentarse en la fiesta»), el importe (15.95 libras esterlinas) y los detalles de la cuenta bancaria de la madre del niño de la fiesta. Al parecer, el festejo la había dejado sin blanca y, si no pagaban, tomaría acciones legales.
Y yo que pensaba que un pijama-party para cinco niñas quizás era un poco exagerado.