Los entendidos en fotografía aseguran que las fotos de niños son las más fáciles de hacer bien: es difícil fallar ante modelos tan atractivos e inocentes, para los cuales la cámara parecía no existir. Y escribo parecía, en pasado, porque hoy los niños son extremadamente conscientes de la cámara. De la cámara del móvil, de la cámara de la tableta o de lo cámara de lo que sea.
He pasado unas estupendos días de vacaciones con mis dos hijos y un amigo y una amiga de cada uno, durante los cuales he ratificado esta «conciencia de cámara». Especialmente con las dos niñas (O. y M., de 9 años), a las cuales resulta cada vez más difícil hacerles una foto natural. A la que veían la cámara, O. y M. se lanzaban a posar, sin complejos: muecas, algún contoneo, cabezas ladeadas, brazos en la cintura… Monísimas sí, pero totalmente artificiales. Un día les pedí que, por favor, posaran sin posar, lo que obviamente, no entendieron.
No debería de sorprenderme. Más de una vez, en casa, he visto como O. y sus amigas juegan a «modelos», lanzando ráfagas de fotos con el móvil y posando como posesas. Ni las madres de las amigas de mi hija ni quien esto escribe estamos particularmente interesadas en este mundo ni las animamos, que yo sepa, a tomar este camino, así que intuyo que la influencia viene del ambiente: de la importancia exagerada que se le da a esta profesión unido al constante bombardeo visual de personas posando que inunda nuestro día a día. Gente, de todo tipo, que posa en la tele, en las revistas, en las redes sociales. Gente que se hace constantemente fotos con el móvil, gente que, en definitiva, posa, posa y posa. Sin olvidar, por supuesto, el afán que tenemos los padres y madres de inmortalizar las vidas de nuestros hijos lo que hoy, con las nuevas tecnologías, es mucho más sencillo.
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Ya de vuelta en Barcelona, las fotos todavía en la memoria de la cámara, fui a hacer un recado y pasé por, casualidad, por un colegio de la zona alta de la ciudad, al que sé que asisten hijos de futbolistas famosos. Cual sería mi sorpresa al descubrir que en el patio de la escuela había una hollywoodense alfombra roja y se habían dibujado en la pared las siluetas de personas, a modo de público de un photo-call. Algunas figuras tenían sus correspondientes bocadillos de cómic, con cosas escritas como ¡Tom!, ¡Penélope! o, por supuesto, ¡GUAPA!
¿Actividad de verano?, me pregunté. ¿Con qué finalidad pedagógica?, sigo preguntándome. ¿Aprender a pasearse por la alfombra roja, algo que practica una ínfima proporción de la población mundial? Vaya decepción, pensé, van a llevarse niños educados así, con alfombras rojas, cuando se enteren que la vida no es un photocall.
Vista (desde la verja), del patio de la escuela con la alfombra roja.
Diossss, no puedo creer lo de la alfombra roja, es bastante deprimente la verdad. Mi hija también esta un poco obsesionada con los chismes de las «celebrities» y no me hace ninguna gracia…Pero bueno, son la generación del «Selfie», de las fotos de perfil en Instagram y snapchat y demás, donde creen que serán evaluados y juzgados por su imágen. Hay que tratar de meterles en la cabeza que la imagen debe estar muuuuy por abajo de sus prioridades, aunque el resto de su entorno no nos ayude! 😦
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Ana, te juro que yo no me lo creía, cuando vi la alfombra roja. Pero, como dices, el entorno
es así, y cada vez más. Supongo que habrá alguna manera de sacarles de la cabeza que la imagen no lo es todo, pero es un trabajo!
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