Los niños, los miedos y los padres de los niños con miedos

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Leo en el diario La Vanguardia una carta de Cristina Gutiérrez Lestón, una de las fundadoras de La Granja Escuela de Santa Maria de Palautordera, en las afueras de Barcelona. Este centro, cada vez más reconocido, tiene como objetivo ofrecer una experiencia lúdica a los niños pero, también, trabajar en aspectos como su educación emocional y la gestión de los miedos.
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En su impecable carta, titulada Los miedos de los niños, Cristina explica cómo está detectando a través de su trabajo que «el miedo en los niños es algo cada día más presente en sus miradas, su manera de actuar y, lo peor de todo, en originarles un montón de creencias limitadoras».
Pone como ejemplo el miedo de una niña de cinco años, durante una estancia en la granja, ante una actividad con un caballo. «Es que me dan miedo los caballos» le dice a la monitora quien, ante el comentario, le pregunta qué es lo que, en concreto, le da miedo de los caballos… La niña responde que «la boca» lo que da pie a que la monitora le señale que «entonces, no te dan miedo los caballos, sino la boca de los caballos». A continuación, la acompaña hasta el animal para que le toque el lomo, desde no se ve la boca. La niña está encantada porque «acaba de enfrentarse a un miedo y se siente más segura y tranquila», escribe Gutiérrez. Al final del campamento, acabará subida al caballo, feliz de la vida, porque subirse a un caballo es una sensación que no debería perderse ningún niño.
Un tema interesante que también comenta Gutiérrez en su carta es que no sólo los miedos infantiles son cada vez más frecuentes, sino que cada vez son más los padres que, en vez de ayudarles a enfrentarse a esos miedos, procuran ocultárselos. Lo ilustra con un ejemplo: «Nos llama una madre. Su hijo de once años vendrá de colonias y nos pregunta si tenemos actividades donde no hayan animales». Pacientemente, ellos le preguntan por qué no quiere que el chaval participe en actividades con animales y la madre responde que a su hijo «le dan mucho miedo los animales»… La lógica se pierde aquí por partida doble: una granja-escuela implica actividades con animales así que, si decides enviar a tu hijo con miedo a los animales a una, quizás es el momento para que venza este miedo, no para llamar a la granja-escuela y pedir que no le incluyan en actividades con animales. «No les ocultemos las dificultades a los hijos porque cada día estas serán mayores», observa Gutiérrez.
El miedo ha existido siempre. Es una emoción básica y su abanico de variedades, inacabable. Hay miedos de todo tipo. Conozco a una niña de ocho años que tienen miedo… a tirar la cadena del wáter. Mis dos hijos hace unos días me despertaron a aullidos porque vieron en el pasillo a una pobre araña a la cual, seguramente, se le paró el corazón ante tales gritos. Una amiga mía me explica, con toda naturalidad, que no lleva a su hijo a que le pongan unos muy necesarios aparatos en los dientes porque el niño «tiene miedo de la radiografía».
Hay miedos clásicos: a la oscuridad, a las serpientes… Miedo contemporáneos: a volar, a perder el móvil (se ve que es uno habitual ahora). Miedos indefinidos, como el miedo «a lo que pueda pasar» o «a lo desconocido» (que está directamente relacionado con la angustia), y miedos aparentemente tan absurdos como el ya mencionado ejemplo de no tirar la cadena del lavabo. Pero su esencia es la misma. El miedo nos paraliza. Nos impide desarrollarnos como personas. Nos impide estar bien.
El filósofo José Antonio Marina, un experto en miedos, asegura que «el miedo es una enfermedad, como el dolor de estómago o la gripe y, por lo tanto, hay que tratarlo con el mismo desprecio y distanciamiento que a estas enfermedades». Cristina Gutiérrez añade que «No podemos evitar el miedo pero sí que podemos escoger nuestra reacción: somos valientes y lo afrontamos o somos cobardes y lo rehuimos». Marina tiene claro que hay que enfrentarlo, porque el miedo se aprende, pero la valentía también, asegura. De eso va su último libro, ‘Los miedos y el aprendizaje de la valentía, (editorial Ariel), del cual habla en esta entrevista en RNE, y donde da algunos consejos para que los padres ayudan a quitarles miedos a sus hijos.
No se trata de llevar a cabo tratamiento de choque tipo vieja escuela, como tirar al agua al niño que tiene miedo de ella o encerrar en un cuarto oscuro al que teme a la oscuridad, sino comprenderlos y ayudarlos a que se habitúen a ellos. En el caso de un niño que tiene miedo a los gatos, por ejemplo, se puede empezar a «insensibilizarnos progresivamente», como dice Marina, acariciando el gato frente al hijo, animándole a acariciarlo también pero sin obligarle a cogerlo… En definitiva: «un proceso de acercamiento al peligro que va poco a poco desactivando el peligro». Como hizo la monitora de la granja-escuela con la niña y el caballo.
Marina también aconsejpremiar cualquier acto de valor de nuestros hijos: «Si de repente ha ido a una habitación a oscuras, hay que jaleárselo, porque cuando un niño se da cuenta de que ha sido capaz de enfrentarse al miedo, empieza a ser valiente». Y, también, explicarles qué es realmente lo que temen. Como el miedo a las tormentas: otro clásico que atemoriza todavía a tantos adultos. «Este miedo precisa también de un acercamiento paulatino y, además, de una información: explicarles que no son peligrosas y por qué», aconseja Marina.
Con los miedos y los niños lo importante como padres es ayudarles a enfrentarse a ellos pero no evitárselos, lo que parece ser la tendencia actual. Además, como recuerda la Cristina Gutiérrez en su carta (que tanto ha dado de sí); «superar un miedo es una fuente brutal de autoestima».

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3 comentarios sobre “Los niños, los miedos y los padres de los niños con miedos

    1. Hola Eugenia! Gracias por el link, ¡es una mina este lugar! Me han gustado las 5 cosas peligrosas que aconsejan deberías dejar hacer a tus hijos: jugar con fuego, tener una navaja de bolsillo, tirar una lanza, desmontar electrodomésticos u objetos electrónicos que vayas a tirar y… ¡conducir un coche! Mi hijo, como mínimo, ha hecho tres de ellas, así que me siento medianamente orgullosa, y más después de enterarme que todo ello les estimula cosas como los lóbulos frontales y la capacidad de solventar problemas. Un abrazo, Eva

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