La política también es cosa de niños

Os adjunto el enlace a la web de LA VANGUARDIA donde se publica mi reportaje sobre niños y política que aparece el sábado en el suplemento ES. Reportaje on-line

Y aquí están el pdf: NIÑOS POLITICA PDF y el texto entero:

Niños y políticaLA POLÍTICA SE CUELA EN EL PATIO Pese a que está en su nivel más bajo, la presencia de la política en los distintos ámbitos de las sociedad es muy intensa. Y los niños no son ajenos a ella. Se debe involucrarlos, pero de forma plural y serena. Texto: Eva Millet

El día que Ana, de seis años, fue con a sus padres a la primera manifestación de su vida, tuvo un buen susto. A la salida del metro, la familia se cruzó con un policía, visión que a la niña le provocó un llanto desconsolado. Hacía unos días, había visto en el Telediario las imágenes de la carga policial contra la iniciativa ciudadana ‘Rodea el Congreso’, en Madrid. Ana identificó a aquel agente como uno de los que había salido en la tele, le “entró miedo” y rompió a llorar. Tras ser  debidamente consolada por sus padres, la manifestación (contra los recortes sociales), discurrió sin más incidentes para la familia. Desde entonces, han acudido a varios otros actos de protesta bajo la misma reivindicación.

 Tomás, de nueve años, también tiene una nutrida experiencia en actos políticos. Entre otros, ha participado en una acampada nocturna contra los recortes en educación organizada en su colegio y “en todas las manifestaciones contra este tema que han tenido lugar en nuestro barrio, Horta-Guinardó, y en Barcelona,  desde que empezaron. Él y sus compañeros han marchado con pancartas y pitos: haciendo ruido, vaya”, explica su madre, Carlota. Muy involucrada en el Ampa de su escuela y en los movimientos vecinales, Carlota cree que es muy importante involucrar también a su hijo en estas protestas: “Se están cargando la clase media de forma descarada y creo que los niños han de saber lo que pasa. No pueden vivir en la inopia”, afirma. “Además, él es absolutamente consciente: ve cómo les afectan los recortes a compañeros más débiles, escuchamos juntos la radio a la hora de desayunar … Sabe lo que pasa y si no, ¡lo pregunta!”

Hasta no hace mucho, la política no formaba parte de las existencias de niños como Ana y Nicolás, pero la situación actual, de alto voltaje político, ha provocado que, pese a su desprestigio, se hable muchísimo de lo que el diccionario describe como el “arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados”. En los medios de comunicación, en la calle, en casa y en la escuela la política está muy presente. Es casi imposible vivir ajeno a ella. Incluso los más pequeños quienes, no sólo la detectan sino que, también, reclaman saber qué pasa. “Sí, son los niños quienes nos marcan la pauta, porque no están al margen de la realidad y este tema les influye y les interesa”, asegura Irene Balaguer, presidenta de l’Associació de Mestres Rosa Sensat.

Javier López, primer secretario de las Joventuts Socialistes de Catalunya, apunta que este interés también se extiende entre la gente joven, la cual “es probablemente la más politizada desde la Transición”. Factores como la crisis económica, la corrupción, el debate entre Catalunya y España, los problemas generacionales y el futuro incierto son las causas de la mayor politización de una generación que, “paradójicamente”, apunta López, “probablemente también sea la que menos representada se sienta en términos institucionales”.

 La cuestión del independentismo, que domina la agenda política catalana desde septiembre de 2012, también ha encendido pasiones políticas precoces. Como la que tiene lugar en la clase de quinto de primaria de Daniela, en un colegio público de Barcelona, donde desde hace unos meses se ha desatado un debate entre los que están a favor de la independencia de Cataluña y los que no. Un tema que no se toca en las aulas pero sí se discute en el patio, y en el que Daniela ha tomado partido: con diez años se ha posicionado en contra del independentismo. Su última reivindicación: colgar una bandera española en su ventana, en respuesta a la ‘estelada’ del vecino de enfrente. “¡También nos sugirió subir a Montserrat para plantar una bandera española en la cima!”, cuenta su padre, riéndose. “Pero, bromas aparte, a nosotros no nos gustan ni las banderas ni el nacionalismo, sea catalán, español o zulú… Así que le hemos dicho que en casa no se cuelgan banderas, de ningún tipo”. Tanto él como su esposa están un tanto perplejos ante el activismo de su hija, que les parece algo prematuro: “Le explicamos que cada uno piensa de una manera y que hay que respetar las distintas ideas”, continúa. “Pero que mejor eviten este tema entre los amigos: no tienen edad para hablar de política y menos en una cuestión donde, en mi opinión, las cosas son más viscerales que racionales”.

En casa de Nuria, una profesora universitaria, la política también ha irrumpido con fuerza. Su hijo, que está a punto de cumplir quince años, se ha declarado independentista. Sus padres están sorprendidos ante este posicionamiento. En parte, porque Nuria es de Madrid, y en la familia no habían tratado este tema. Por eso, Nuria cree que las nuevas ideas de su hijo proceden de su escuela, un centro religioso, concertado, en El Eixample. “Desde que se inició el curso detecto una tendencia que no me gusta nada: por lo menos en la clase de mi hijo, los profesores vierten sus opiniones pro-independencia sobre los alumnos”, asegura.

En opinión de Nuria, la escuela no es el lugar adecuado para hablar de política y menos de forma unidireccional, como ya se hizo durante tantos años. “Si la información fuera amplia, me parecería perfecto, porque les ayudaría a elegir, pero veo que se da en un solo sentido y me parece fatal”. Además, en su casa, tanto ella como su marido siempre han creído que a los hijos no había que pasarles herencias ideológicas, sino dejarles: “Más vírgenes, para que puedan decidir por ellos mismos”. Por eso, a diferencia de la madre de Tomás o los padres de Ana, jamás los han llevado a una manifestación, de ningún tipo, ni se han decantado por un partido u otro delante suyo.

Pero, aunque lo hubieran hecho, tampoco hubiera servido de garantía, porque la ideología política no siempre se transmite a través de la familia. Un estudio realizado por el politólogo Elias Dinas, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Nottingham, en Inglaterra, ha llegado a la conclusión que cuanto más politizados estén los padres, más posibilidades existen que en la vida adulta uno se involucre en política pero, también, de que se abandonen las ideas de los progenitores.

La clave, según Dinas, es que al haber más interés en la política, los hijos, a medida que crecen, buscan con más ahínco experiencias propias. El aprendizaje ideológico prosigue fuera de la familia y puede variar debido a nuevas influencias, como los medios de comunicación, el ambiente universitario, el trabajo, las amistades y las nuevas familias. Así, no siempre se producen dos George Bush padre e hijo, con ideologías casi calcadas, o dinastías como la de los Gandhi en la India. Ronald Reagan Jr, hijo del homónimo presidente Republicano estadounidense, es un periodista de ideas liberales que ha apoyado públicamente a los Demócratas. En el Reino Unido, la laborista Victoria Scott, hija del ministro conservador Sir Nicholas Scott, fue una de las más feroces críticas de su padre cuando éste intentó pasar una ley que eliminaba la discriminación positiva de los minusválidos. El asunto acabo con la carrera política de Sir Nicholas, pero él aseguró que, pese a ello, se sentía orgulloso de su hija, educada para pensar de forma crítica e independiente.

Para lograr construirse este pensamiento propio es necesaria la información, lo más plural posible. Es lo que, en estos tiempos de tanto ruido político, los expertos aconsejan se haga con los hijos. En el caso de Nuria, tras preguntarle a su hijo cómo se había informado para posicionarse políticamente y recibir como respuesta un “no he leído nada”, ella y su marido le han referido a diversos libros de historia. “Nuestro mensaje es muy claro: si tu quieres declararte posicionarte políticamente, está bien, pero antes, infórmate en muchas fuentes, y después, decide”, explica Nuria.

Pero la política no sólo se debe abordar en familia, también debe tocarse en las aulas. “La escuela tendría que recoger este interés porque tiene un papel fundamental en hacer ver que la sociedad no es homogénea; en contribuir a que se escuchen y se respeten las distintas opiniones y que cada uno se construya la suya propia, fundamentada”, afirma Irene Balaguer. “Si la escuela no hablara de los temas que a los niños les interesan, como en este caso, la política”, añade, “sería una institución muerta y aislada de la realidad”.

Tampoco, recalca la maestra, hay una edad límite para introducir esta cuestión: “Confundimos la infancia con el infantilismo y, desde muy pequeños, los niños son capaces de captar lo que los medios cuentan. Hay que hablar, tengan la edad que tengan”.  En este sentido, Balaguer recuerda la reacción de un grupo de Parvulario en el año del desastre del Prestige. Los pequeños, de tres años, estaban preocupadísimos por lo que pasaba en Galicia, por el mar y los pájaros afectados por la marea negra. Se sentían también muy solidarios con los que limpiaban las playas. “Esto quiere decir que no es que haya una edad u otra, sino que lo viven de manera diferente. Por ello, el acompañamiento que el maestro hace en función de la edad tiene un abasto distinto, pero tiene que darse”.

Lo que jamás ha de hacer el maestro, recalca, es adoctrinar. “El inculcar ideas o creencias es propio de los regímenes totalitarios. Una escuela adoctrinadora es una escuela uniformadora, que no hace personas capaces de pensar por ellas mismas. Es la anti-democracia”, enfatiza Balaguer, para quien el rol de un buen maestro “es ayudar a sus alumnos a construir su propio pensamiento”.

El mal uso histórico que se ha hecho de los niños en política (ver despiece), hace que su inclusión en ella sea un tema muy delicado, propenso a polémicas. También es controvertida la participación de los menores en actos políticos, como las manifestaciones. Sobre esto, hay opiniones a favor y en contra pero, si se decide ir, recomienda Balaguer, conviene tomarle la medida a este tipo de actos: “Hay que retirarse cuando están cansados para que algo que puede ser positivo para ellos, una expresión de movilización ciudadana, no se convierta en una tortura”. Para Javier López, participar en manifestaciones puede ser positivo: “Siempre y cuando”, matiza, “sirva para construir una conciencia ciudadana crítica”. Por eso, confiaría que entre los padres hubiera una madurez para inculcar a los hijos un principio crítico, enseñarles a preguntar, a cuestionar y a ver las pegas. “Asimismo”, recalca, “hay que separar el participar en movilizaciones a que haya un uso de forma clara de niños para hacer propaganda política”. Dos cuestiones entre las que hay, advierte: “Una línea muy fina”.

Los tiempos son convulsos y los niños no viven ajenos a esta realidad política. Por ello, los expertos reiteran que es importante hablar del tema, tanto en casa como en la escuela. Pero con serenidad y pluralidad, para que se construyan su propia opinión y no sean utilizados. Sin comprender lo que sucede, la gente tiene más probabilidades de desconectar o de ser manipulada. Además, un electorado bien informado es básico para construir una democracia más fuerte.//

USO Y ABUSO

Históricamente, los niños han sido manipulados en política. En especial, en el siglo pasado, cuando las dos ideologías dominantes, el fascismo y el comunismo, los utilizaron sin pudor con fines propagandísticos. Esta mala praxis, que persiste hoy en no pocos lugares, explica en parte la aversión actual a involucrar a los menores. Repasando algunos ejemplos, tiene su lógica: en Rumanía, durante el régimen de Nicolas Ceaucescu (1967-1989), se llegó a afirmar que “el feto era propiedad de toda la sociedad socialista”. En la Yugoslavia de Tito (1945-1980), la educación política empezaba en la edad preescolar, mientras que en Alemania el régimen Nazi hizo obligatoria la adhesión a las Juventudes Hitlerianas (HJ) a partir de los diez años.

Las juventudes fascistas tuvieron su versión en la España franquista: el Frente de Juventudes de la Falange aceptaba nuevos miembros también a partir de los diez años. Como tantas organizaciones similares, servía de vivero para los nuevos políticos, adoctrinados en este caso según los principios del Movimiento Nacional. Mientras que en Alemania esta organización ya no existe, en España todavía perduran las llamadas ‘Juventudes de la falange’. En China, el ‘Cuerpo de Jóvenes Pioneros’ es la organización infantil del Partido Comunista. Depende de la ‘Liga de la Juventud Comunista’, que tiene cerca de 90 millones de miembros y una enorme influencia en el sistema educativo nacional.

En los países democráticos, los distintos partidos políticos continúan contando con los más jóvenes, pero han aprendido de los errores del pasado. Para empezar, la edad mínima de afiliación en la mayoría de las juventudes de los partidos españoles y catalanes son los catorce años.

TRATAR LA POLÍTICA EN FAMILIA

– Ante acontecimientos electorales, explicarles a los hijos cómo funciona el sistema democrático: qué ocurre, quienes se presentan y para qué, cómo se llevan a cabo las elecciones… También se recomienda ir con ellos a votar.

 – Mirar juntos el telediario o comentar noticias del periódico. Preguntarles qué piensan. El expresarse y el escuchar informaciones y otros argumentos ayudará tanto a despertar su interés en la actualidad como a construirse un pensamiento crítico.

 – Personalizar algunas noticias: cómo les afectan a ellos, a la familia o a su entorno las distintas decisiones políticas que se toman (desde los recortes en sanidad y educación hasta la legislación medio ambiental).

 – En caso de niños más pequeños, facilitarles medios de información adecuados a su edad. Desafortunadamente, estos aquí son escasos, así que los padres también pueden seleccionar noticias del diario y comentarlas con sus hijos.

–  Y, por último, un ejercicio doloroso pero realista: Joseph Sobran, reconocido articulista político estadounidense propone “prometerles ir al cine o al zoo y, en el momento acordado para salir, sentarse en la butaca con el diario y decirles que se han cambiado los planes. Cuando los hijos protesten con un ‘¡pero nos lo prometiste!, contestarles que se trataba de una promesa… electoral”.

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