(publicado en LA VANGUARDIA agosto 2007, ver pdf original Impuntualidad pdf )
Marta vive con quince minutos de retraso. A nivel particular y profesional, esta ejecutiva barcelonesa de treinta y nueve años lleva media vida cargando con ese cuarto de hora que se siente incapaz de controlar. “Soy muy impuntual y trato de buscar soluciones”, explica. “Este problema es medianamente aceptado en mi trabajo, porque siempre dependo del tráfico, del vuelo, de la reunión anterior… Pero a esas circunstancias hay que añadirle lo que yo llamo mi impuntualidad “por defecto”, esos quince minutos que son básicamente culpa mía y de los que no puedo deshacerme”.
Marta ha probado varias cosas: despertarse antes, salir de casa antes e, incluso, adelantarse el reloj (hasta 40 minutos) y, aunque cree que esto último le funcionó algo; “Al final llevaba tal lío con la hora y me pegaba unos sustos tan grandes que lo he dejado estar. Sigo con mis quince minutos”, resume.
Aunque para muchos el cuarto de hora de retraso crónico de Marta sería inadmisible, a otros les encantaría llegar ‘solamente’ quince minutos tarde. La impuntualidad de algunas personas es tal que repercute en su vida: los retrasos pueden acabar con amistades, con parejas y, también, con puestos de trabajo. De hecho, el retraso continuado puede ser motivo de despido, como se refleja en algunos convenios laborales. Un despido del que no se libraron ni estrellas como Marilyn Monroe, a quien los estudios Fox echaron por improductiva a causa de sus habituales y monumentales tardanzas a los rodajes.
El no alcanzar los plazos establecidos es también causa de malas notas de los estudiantes e, incluso, de la productividad de todo un país. Este es el caso de Perú, donde la impuntualidad está tan enquistada en la sociedad que el pasado marzo el gobierno de Alan García inició una campaña, “La hora sin demora”, para fomentar el hábito de llegar a tiempo. La campaña ha pedido a las empresas, instituciones gubernamentales y escuelas que no toleren la llamada «hora peruana», que suele traducirse en unos 60 minutos de retraso. Alan García, conocido por su puntualidad, considera que la actitud relajada de sus compatriotas daña la productividad nacional y aleja las inversiones extranjeras.
El síndrome del retraso fue definido por el psicólogo británico Dale Griffin en los años noventa, pero no es una condición psiquiátrica ni tampoco genética (como algunos argumentan con frases tipo: “Es parte de mi manera de ser” o “mi padre ya era impuntual, es algo de familia”). No, según el doctor Griffin, el ser impuntual está más bien relacionado con una visión demasiado optimista de los plazos y con la procrastinación o la acción y efecto de diferir, de aplazar las cosas. “El acto de planear es, por definición, algo que mira al futuro con ilusión”, explica el psicólogo. “Cuando el ser humano organiza un nuevo proyecto tiende a ignorar los posibles obstáculos que se pueden presentar. Realiza una “planificación espejismo” y vuelve a caer en el retraso porque suele distorsionar el pasado a su favor: culpa a la lluvia o al tráfico de la tardanza anterior y no piensa que estas circunstancias puedan repetirse. Preveer que algo va a ir mal no es una forma natural de pensamiento, por eso tendemos a enfocar los planes creyendo que todo irá bien y llegamos tarde”. Griffin, profesor de la Universidad de Sussex, realizó un estudio durante cinco años de los hábitos de 5.000 individuos, y comprobó que la impuntualidad es una característica muy típica de la personalidad humana. “Nuestra investigación concluyó que somos malos planificadores y no solo a nivel personal, sino también en las esferas administrativas”.
Porque en la administración los retrasos están a la orden del día. Y, aunque en vísperas de elecciones las obras públicas se intentan acabar a toda velocidad, en muchas de ellas el plazo de finalización estimada ya ha sido superado con creces: lo atestiguan muchos de los carteles –obligatorios- que se colocan frente a los trabajos a realizar. Lo mismo ocurre con las obras privadas. “Ojalá en la universidad nos hubieran explicado cómo gestionar el tiempo”, dice el arquitecto Josep Bohigas, del estudio Bopbaa. “El tema del “timing” de una obra es fundamental pero, le pasa como al presupuesto: siempre hay algún motivo por el cual no se cumple. Y, aunque existen las penalizaciones (tanto dinero por día de retraso de obra), el problema es que muchas veces cuesta saber quién es el culpable de las demoras: si la administración, el constructor, el arquitecto o el cliente, que ha querido cambiar algo a última hora.”
A veces, los retrasos no son cosa de meses, sino de años. Esto ocurre en grandes proyectos como el AVE, que más de dos décadas después de que empezara a planificarse, todavía no ha llegado a Barcelona. Según Pedro Nueno, ingeniero, profesor de Iese y con experiencia en obras públicas, el del AVE pertenece a la categoría de esos proyectos a largo plazo que no interesan incluir en los programas electorales por su poca inmediatez. Para Nueno el que estas obras no se finalicen nunca en un tiempo previsto es debido principalmente a la burocracia. “Cualquier proyecto ha de pasar infinidad de cribas y estas cribas muchas veces tienen contenidos políticos, intereses, que las retrasan. El sistema permite comportamientos que muchas veces son oportunistas y que no van en beneficio del bien común”, afirma.
Para Nueno, la burocracia no sólo continúa, sino que es un fenómeno particularmente creciente en Cataluña. “Aquí tenemos proyectos fantásticos que no prosperan ni tampoco existe un liderazgo que diga “Vamos a apostar fuerte por esto”. Y sin un liderazgo fuerte todas estas pequeñas cosas, este oportunismo del que hablaba, avanzan”. Nueno añade que el conocido “mañana, mañana” español también empeora: “Aquí, el tiempo necesario para cualquier proyecto interesante para la sociedad es infinito. No hay más que comparar con otros países: yo estoy semana sí semana no en China y veo la rapidez con la que las cosas se deciden y ejecutan allí. La velocidad es completamente distinta”.
Estos retrasos tienen, como explica Nueno, “un impacto económico brutal”. No en vano en la mayoría de los países más desarrollados del mundo (como Estados Unidos y el norte de Europa) la puntualidad es importantísima. Aseguran expertos como el autor alemán Stefan Klen, autor de un libro sobre el manejo del tiempo, que esta puntualidad tiene mucho que ver con el protestantismo, que impone una ética muy estricta sobre el tiempo y hace creer que perderlo es casi un pecado. Por otro lado, no hay que olvidar que países como Alemania tienen una larga y potente historia de industrialización, un sistema que exige horarios estrictos.
Si aligerar la burocracia es una fórmula para evitar las demoras a nivel público, ¿qué hacer, entonces, para evitar los retrasos privados? Existen algunos trucos: el doctor Dale Griffin recomienda que otra persona ayude a planificar el tiempo del que siempre llega tarde: su estudio comprobó que somos mucho mejores en calcular el tiempo ajeno que el propio. En la web Clsyndrome.com, fundada por un “impuntual crónico” estadounidense, se recopilan otros consejos: desde el ser realista con la capacidad de abarcar de cada uno a ser pesimista a la hora de calcular los plazos para hacer algo (darse más márgenes para prevenir obstáculos). También se recomiendan poner prioridades (¿qué es más importante, llegar puntual o lavar esos platos?), aprender a decir “no” y, también, a disculparse, aunque sea por adelantado, por llegar tarde. Porque no hay que olvidar que la impuntualidad es, además, una falta de educación.//