¿A qué nos dedicamos los padres del siglo XXI la mayor parte del tiempo? Yo acabo de descubrirlo este verano, gracias a una observación de mi amiga Lucia: a (tratar) de evitar que nuestros hijos caigan totalmente presos en las cada vez más numerosas tentaciones que ofrece la vida moderna.
A (tratar) de evitar que coman demasiadas galletas, demasiado helado y demasiado azúcar en general. O demasiadas patatas fritas y otros alimentos poco saludables. A (tratar) de evitar que vean demasiada televisión y demasiadas series de Netflix. A (tratar) de evitar que se vayan a dormir demasiado tarde y que se despierten demasiado tarde. A (tratar) de evitar que no chateen todo el día con sus móviles, no se cuelguen de los vídeos de YouTube y de las InstaStories y de que no jueguen demasiado a Fortnite: la última arma de distracción masiva para millones de adolescentes de medio mundo y el último dolor de cabeza de millones de padres y madres de medio mundo.
«Me doy cuenta de que paso el día diciéndoles a mis hijas que no tomen demasiadas chucherías, que no vean tanta televisión ni agarren mi móvil cuando quieran… El mundo hoy es una oferta inagotable de distracciones, gadgets, audiovisuales, comida… Cada vez hay más tentaciones. Cuando éramos pequeños, no habían tantas cosas con las que engancharnos. Ni tampoco nuestros padres estaban tan informados de lo perjudicial que parece que sea ¡casi todo! para las criaturas», me comentaba la lúcida Lucia. Sus dos hijas son más pequeñas que los míos pero nuestras dinámicas de parenting son muy similares: dedicamos muchas energías a tratar de evitar o de dosificar tentaciones en una sociedad hipercapitalista, donde la oferta es abrumadora. Y sí, no solo para los niños.

El problema es que los adultos, teóricamente, poseemos una cosa que se llama autocontrol que, con la disciplina y la responsabilidad, son las herramientas para no caer totalmente preso de las tentaciones. Sucede que, en general, los padres no podemos tragarnos cinco capítulos seguidos de Netflix porque, quién más y quién menos, tendrá alguna responsabilidad que llevar a cabo que le obligará a dosificar esa serie. Asimismo, los padres de la era pre-Netflix sabemos lo que era esperar ¡una semana! para conocer lo que pasará en el próximo capítulo: a nuestros hijos estas plataformas de la inmediatez les han arrebatado ese sano ejercicio de contención.
Creo que uno de los signos de la madurez es la capacidad de autocontrol. No seguir con esas patatas fritas ni acabarse esa tableta de chocolate. No tomar ese otro vaso de vino. Irse a dormir —aunque no se tengan ganas—, porque mañana hay que ir a trabajar. Resistir la tentación de dejar esos platos sin lavar. Acabar la tarea, aunque nos surja una distracción más atractiva.
En un mundo de hiperestimulación e hiperoferta, el autocontrol va a ser una habilidad cada vez más importante. Pese a que como padres el formular esos constantes recordatorios nos resulta agotador —porque, entre otras cosas, ya tenemos bastante con autocontrolarnos nosotros—, es importante que lo hagamos. Y aunque a menudo parece que les entra por un oído y les sale por el otro, recuerden: todo queda. Es cuestión de perseverar. //


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