El que tenga hijos en el mundo del deporte infantil —especialmente el de equipos—, entenderá de lo que estoy hablando: de la insoportable actitud de algunos padres durante los partidos.
Me gusta ir a ver los partidos de fútbol de mi hijo mayor pero, a medida que crece, se me hace más difícil. Y no es debido a que el juego sea aburrido (al revés, el nivel es fantástico), sino a que los padres son cada vez más agresivos: se comportan como si el partido fuera la final de una Champions y no un encuentro de un equipo de… CADETES: es decir, chicos de entre 15 y 16 años.
«Son niños, estupid@», me dan ganas de espetarle al padre o a la madre que vocifera cada vez que el pobre árbitro indica una falta. Padres y madres (y abuelos, también hay abuelos, algunos tremendos), que abuchean, insultan, se excitan —las agresiones por parte del público en el deporte escolar son cada vez más habituales— y se comportan como perfectos hooligans. Ellos saben más que nadie: que el entrenador, que el árbitro, los jugadores y el mundo entero. Y no se cortan en hacerlo saber a grito pelado y en perder las formas cuando consideran que su niño o el equipo de su niño han sido injustamente tratados.
El resultado: emponzoñan algo teóricamente educativo y divertido como es el deporte escolar. Ponen nerviosos a los padres que no nos comportamos como ellos y, especialmente, ponen nerviosos a los jugadores: a los de su equipo y los del equipo contrario. Y hacen que el juego no sea bonito. Mi experiencia como espectadora me hace afirmar lo siguiente: cuando el público es educado, el partido es mil veces mejor. Cuando el público se descontrola, el partido es pésimo. Y tampoco dudo en afirmar que los jugadores preferirían que sus papás-hooligans se quedaran en casa, leyendo el diario, por ejemplo.
Repito: ES DEPORTE ESCOLAR. No es la final de la Champions ni de la Liga ni de la NBA ni de una Olimpíada. ¡Son niños! Son MENORES DE EDAD, niños y niñas que juegan porque tienen ilusión y ganas. Porque les gusta y punto. Tu no estás jugando: está jugando tu hijo o tu hija. Déjalo en paz.
Y los árbitros son personas. Seres humanos que arbitran los partidos de este tipo porque les gusta, no porque se forran ni porque quieren fastidiar a tu retoño. Gente que tiene que soportar verdaderas agresiones, tanto verbales como físicas y cuyo aguante no puedo dejar de admirar.

En conclusión: hay momentos en el que el deporte escolar se convierte en una vergüenza, a causa de esos progenitores-mánager, que parece que se significan a través del juego de sus hijos.
UNA CUESTIÓN DE RESPETO
Consuela, por eso, saber que una no está sola en este trance. Por eso comparto con ustedes este video, subtitulado, donde Frank Martin, primer entrenador del equipo masculino de baloncesto de la Universidad de South Carolina, pone a los padres en su lugar:
«Cuando mi equipo juega, soy el entrenador más expresivo que existe. Pero cuando voy a ver a mis hijos jugar, no abucheo, no agito los brazos, no trato de entrenarles. Y, con todo el respeto hacia los otros padres, probablemente sepa de baloncesto más que la mayoría de ellos», dice Martin.
Él lo que hace es lo que deberíamos hacer todos: sentarse en la grada y mirar, solo mirar. Calla. ¡No dice nada! Lo que hace es respetar el trabajo de los otros: del árbitro, de los entrenadores, de los jugadores. Si tienen tres minutos, miren el video, es puro sentido común, si se pudiera, lo deberían pasar antes de cada partido en todos los campos de deporte infantil del mundo.
«No soy tu entrenador, soy tu padre», dice que les responde a sus hijos, cuando estos vienen quejándose. Irónicamente, la antítesis del hiperpadre-mánager la representa un entrenador de verdad.//