Una de las situaciones más comunes y más frustrantes de ser padres es decirles a nuestros hijos lo mismo, una y otra vez, y observar, impotentes, cómo parece que no nos oyen. Ni caso, vaya.
Lo que les decimos pueden ser instrucciones (haz los deberes,a la cama, a cenar…) que no tengan ningunas ganas de cumplir y de ahí su aparente sordera. Sin embargo, en ocasiones, incluso algo tan sugerente como un (hay helado de chocolate en la cocina para el que quiera), puede entrarles por un oído y salirles por el otro si el niño o niña está enfrascascado en algo (jugando, viendo la televisión, leyendo un libro…).
La de no prestar atención a padres, madres y maestros es toda una habilidad infantil que, acaba de descubrirse, no es siempre intencional. Según informa la BBC en este reportaje, un equipo de científicos ingleses ha descubierto que esta falta de respuesta, ese «Es que no te había oído» (después de repetir algo cinco, seis, siete veces), no es debido a un desinterés filial sino al modo en el que se desarrolla su cerebro.
Según los expertos, muchos niños experimentan lo que se llama inattentional blindness (que yo traduzco como «ceguera inadvertida»). Una ceguera cerebral que se traduciría en la diferencia entre ver y discernir lo que realmente está allí; entre escuchar y registrar lo que se está oyendo (algo que, seamos francos, también nos sucede a los adultos). El resultado, en los niños, es que no se enteran de lo que se les dicen fuera de su foco de atención inmediato.
«Los niños tienen mucha más falta de conciencia periférica que los adultos» dice la profesora Nilli Lavie, del Instituto de Neurociencia Cognitiva de la University College de Londres. «Los padres y educadores deben de saber que incluso el concentrarse en algo muy simple hará que los niños sean mucho menos conscientes de lo que los rodea en comparación con los adultos».
Lavie da el ejemplo de un niño pequeño tratando de abrocharse su abrigo cuando cruza una calle. Mientras que la mente adulta, desarrollada, no tendría un problema con ello, es muy problable que el menor no se entere de que vienen coches o de que ha cambiado el color del semáforo… «La capacidad de darse cuenta de las cosas fuera del foco de atención inmediato se desarrolla con la edad, por lo que los niños más pequeños tienen más riesgo de desarrollar la ceguera inadvertida», dice.
Esta atención periférica se va desarrollando con la edad (una de las cosas buenas de la adolescencia es que ya van solos por la calle porque, entre otras cosas, se dan mucha más cuenta de lo que les sucede alrededor). Sin embargo, los expertos aseguran que, entre los niños, hay aspectos positivos de esta ceguera inadvertida que tantas frustraciones paternas puede generar: el primero, que su capacidad de concentración aumenta, lo que hace que se fijen más en las cosas que hacen. Quizás esta falta de conciencia periférica sea algo «pre-diseñado» para que aprendamos, de niños, a concentrarnos, lo que será básico en la vida.
Así que, la próxima vez que los hijos no nos hagan ni caso, consolémonos. Podría tratarse de un momento de ceguera inadvertida y no de que pasan completamente de nosotros.