Ayer acabó el plazo de preinscripción escolar. Como madre que (creía) estaba curtida en este tema, no he querido ponerme esta vez demasiado nerviosa. Naturalmente, no lo he conseguido. Escoger colegio es siempre una decisión importante, aunque intuyo que crea más estrés en los países con sociedades menos igualitarias que en los que existe una educación pública, universal y de calidad y, en consecuencia, el principal criterio que prima es que el colegio esté cerca de casa.
Aquí, priman docenas de criterios: desde «la fama» (buena o mala), del centro (un concepto en ocasiones abstracto, cuyos orígenes no son claros pero es fundamental a la hora de justificar una decisión); si es público, concertado o privado; su método educativo, las instalaciones; si hay cocina propia o catering; qué tipo de gente va; qué idiomas se enseñan; si van de viaje de fin de curso; ratio de alumnos hay por clase; ¿los controlan?, ¿cómo?…
Para llegar a acumular todos estos conocimientos, los padres y madres nos pateamos, durante varias semanas, los diferentes colegios, en jornadas de puertas abiertas donde se nos presentan con mayor o menor grado de sinceridad.
Durante todo el proceso se ejerce una especie de periodismo de investigación amateur que implica discretos paseos por las inmediaciones de la escuela que gusta o tocaría en las horas de entrada y salida de los alumnos; exhaustivas navegaciones por sus webs y por foros de internet, a ver si pillamos alguna opinión esclarecedora; una búsqueda de fuentes entre padres de alumnos, a los que se les somete a un interrogatorio más o menos disimulado; entrevistas personales con los responsables de los centros; llamadas telefónicas a los mismos, intercambio de informaciones con los otros padres que, como tú, también buscan escuela y que pueden pasar de colegas a rivales en en un plis plas (especialmente, si tienen más puntos).
Al final, una vez recopilados el máximo posible de datos, llega el día clave de aplicar todos esos conocimientos en un formulario plagado de códigos, numeritos y letras diminutas. Es entonces cuando entra en el juego la estadística (¿cuántas solicitudes hay?; ¿para cuántas plazas?; ¿qué probabilidades tendré con mis puntos?…) Otra disciplina, el periodismo de datos, que puede llegar a ponernos realmente nerviosos.
Yo llevo noches durmiendo fatal!!!!
Ahora a esperar…
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¡A esperar! A ver si tenemos suerte.
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Ufffff, «demasiados perros para tan pocos huesos»!! Que nervios!!
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Pues, sí. No debería de ser así, pero lo es…
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