Así se titula mi ensayo, dedicado a analizar la llamada «crianza natural» o «con apego» y que publico, de nuevo, con Plataforma editorial .
Es un libro que me rondaba la mente hacía años. De hecho, recuerdo muy bien cuando las auto-denominadas «madres de apego» me llamaron la atención por primera vez.
Acababa de tener a mi segundo hijo, una niña, que dormía plácidamente en el cuco del cochecito. Iba a buscar a su hermano al colegio cuando me topé con ellas: tres madres, más o menos de mi edad. Dos llevaban a sus bebés, ya de varios meses, en unas telas atadas al cuerpo. Entonces no sabía que se llamaban «fulars» ni que lo que hacían aquellas madres era «portear». Solo pensé que los bebés debían de pesar bastante.
Yo apenas las conocía, pero cuando vas con un bebé, la conversación es fácil: admiraron debidamente a la niña y, acto seguido, empezaron a preguntarme cómo había ido el parto «Bien», respondí. Un parto es un parto y puede ir bien o mal, pensé. La niña y yo estábamos sanas, no habían habido complicaciones… ¿Qué más podía haber pedido? Pues resultó que podía haber pedido: «Un parto más largo», para «disfrutarlo», como el de una madre que ellas conocían y que acaba de parir, como yo, pero a diferencia mía, dijeron, deslumbradas, se había pasado muchísimas horas pariendo. «¿Un parto largo?», pensé. Recordaba que a las parturientas se les solía desear un parto corto. Respecto a la palabra «disfrutar»… Tener un bebé es una experiencia muy intensa pero la idea de parto como algo disfrutable me parecía, como mínimo, extraña.

Luego me preguntaron si había sido un parto «natural» o «con epidural» y si daba el pecho a la niña. Me parecieron preguntas muy personales, pero las contesté. Cuando sonó el timbre anunciando la salida de los niños empezamos a encaminarnos hacia la clase. Antes de irse, una de las madres me dijo: «Es que nosotras criamos con apego, ¿sabes?»
No, no sabía. ¿Qué quería decir exactamente que ellas criaban con apego? ¿Que el resto no lo hacíamos? ¿Que ellas eran unas madres más apegadas? Durante unos segundos, manejando con cierta torpeza el cochecito para que entrara en el patio del colegio, mientras ellas se adelantaban, con sus bebés colgados, me sentí una madre inadecuada. Me pasó por la cabeza que quizás aquellas mujeres poseían un secreto, una fórmula que yo desconocía, para criar con apego. Que lo hacían mejor, en definitiva.
El sentimiento de ser inadecuada duró más bien poco, pero aquel encuentro despertó en mí un interés en la crianza «con apego» que no me ha abandonado. Y, a lo largo de los años, he visto como este estilo de crianza ha ido creciendo, adueñándose no solo de palabras valiosas (como «apego» , «respeto», «natural»…) si no, también, adquiriendo una hegemonía mediática que ha sido magnificada con la aparición de las redes sociales. En Instagram abundan las influencers del apego que desde sus púlpitos virtuales predican sobre las maravillas del parto natural (a ser posible, en casa); de la lactancia extendida y a demanda, del porteo y el colecho (el compartir cama con los hijos).

Estos son los cuatro pilares de la crianza con apego (también llamada, «natural»), a la que he dedicado MADRES MAMÍFERAS. Un ensayo donde explico los orígenes de una maternidad que cabe dentro de la categoría de «intensiva» y analizo sus dinámicas. Una crianza que, paradójicamente, convierte algo tan natural como el apego de los hijos en algo complicado y cuantificable.
Una crianza que, concluyo, es un estilo de vida. Tu hijo no va a quererte más porque lo hayas porteado hasta romperte la espalda, lo hayas parido sin anestesia en tu casa o lo hayas amamantado hasta que la criatura se haya cansado. Todas las prácticas que predican los gurús del apego son eso: prácticas. No implican ni mejores madres ni niños más amorosos e inteligentes, apegados e, incluso, más bondadosos o «maravillosamente especiales», como aseguran algunos ideólogos de esta corriente .
El vínculo madre-hijo sí es algo natural, que no precisa de trucos para conseguirse. Lo que sí precisa, para que sea un vínculo seguro, es que la madre, el padre o el cuidador estén ahí, dando respuestas efectivas a las necesidades de las criaturas: besos, abrazos, alimentación, atención, recreo, higiene, sueño… En mi libro explico que la lactancia materna es una opción magnífica y preferible, claro, pero por criar a un niño con biberón (demonizado dentro de esta corriente) ni este va a quererte menos ni va a salir peor, como aseguran desde el apego.
De esto va mi libro: de desmontar mitos, de contar de dónde surge todo este movimiento (atentos con los ideólogos, personajes muy variopintos, algunos ultrarreligiosos; en su mayoría hombres), de explicar por qué es una ideología antifeminista que hace sentir mal, inadecuadas, a muchas madres, en un momento en lo que se necesitan no son presiones ni culpabilidades sino… ayuda.
Si mi libro sirve para aliviar a alguna madre, me doy por satisfecha.
Si queréis empezar a leer, aquí está la introducción:
Y comparto algunas entrevistas que me ha hecho, desde que se publicó:


