Affluenza: la falta de límites como atenuante

La noche del 15 de junio de 2013, Ethan Couch, un adolescente norteamericano de 16 años, criado en el elegante suburbio de Forth Worth, Texas, salió de marcha. La diversión consistió en irse con algunos amigos a una tienda, robar varias cervezas, volver a casa de sus padres para organizar una fiesta y, posteriormente, coger sin permiso uno de los coches de la empresa de su padre, subirse a él con siete amigos y circular a lo loco.

La noche acabó mal: Ethan atropelló a cuatro personas, matándolas. Uno de sus amigos se quedó paralizado de por vida. La policía reveló que su límite de alcohol en la sangre triplicaba el límite permitido. También había tomado Valium.

En Texas, uno de los estados penalmente más estrictos del país, no se andan con chiquitas. La fiscalía pedía veinte años de prisión para el joven. Sin embargo, Ethan evitó la cárcel: la juez decretó diez años de libertad condicional y el ingreso en un centro privado de rehabilitación durante un «largo tiempo», sin tener contacto con sus padres. Estos se comprometían a hacerse cargo de los costes, que ascienden a 450.000 dólares anuales.

La sentencia, como se explica en este artículo de La Vanguardia, causó indignación por varias razones. La primera, porque durante el juicio, la defensa utilizó como estrategia que las acciones del joven habían sido provocadas por la falta de límites con la que había sido educado. Ethan padecía affluenza, un polémico término acuñado a finales de los 90 y que, básicamente, pone nombre a personalidades producto de un tipo de crianza opulenta y consentida, en la que jamás se le han puesto límites ni se han castigado las consecuencias de acciones incorrectas.

Ethan Couch/La Vanguardia

Estas son algunas de los argumentos, según este artículo sobre el tema en The Guardian, esgrimió por el psicólogo de la defensa:

«El adolescente (Ethan) nunca ha aprendido a disculparse si hace daño a alguien. Si dañas a alguien, le envías dinero».

«Nunca ha aprendido a que no siempre uno se sale con la suya. Tenía los coches y el dinero. Tenía unas libertades que ningún joven de su edad podría ser capaz de manejar».

El psicólogo, el doctor G Dick Miller, aseguró que emocionalmente, Ethan tenía una edad de doce años y que sus padres le habían fallado como tales. Había crecido en una familia disfuncional.

El caso Ethan es polémico por varias razones. La primera, por las dudas que hay de que la affluenza sea un trastorno mental (no está reconocido como tal por la Asociación Americana de Psiquiatría). Como señala la antropóloga Rosa Gallardo, no deja de ser otra enfermedad construida socialmente, que le remite «a otras construcciones sociales de enfermedades mentales o síndromes, como la famosa ‘alienación parental’, que ha comportado auténticos disparates en el ámbito social y judicial».

En este caso, la falta de límites ha sido un atenuante aceptado por el juez pero muchos se preguntan qué hubiera pasado si, en vez de haberse tratado de un niño rico, Ethan hubiera sido un adolescente sin medios, cuyos padres no hubieran tenido tiempo de educarlo, de ponerle límites por otras razones…

Según el New York Times, no es inusual que a los menores involucrados en casos tan serios de conducción y alcohol no se les condene a prisión, sino a libertad condicional. La rehabilitación, el dar una segunda oportunidad, a los jóvenes frente al castigo, empieza a abrirse paso en la cultura del país. Sin embargo, otras versiones, también muy autorizadas, aseguran que esta sentencia es un paso atrás y que agudiza todavía más la cultura de la excusa que impera en el país.

Ethan Couch

Otra cuestión que se planeta es qué hubiera pasado si los padres de Ethan no tuvieran los medios para pagar el carísimo centro de rehabilitación que su hijo va a atender, Newport Academy, que se parece más a un hotel de lujo que a otra cosa.

El centro, donde se dan tratamientos personalizados para un máximo de doce jóvenes (seis chicos y seis chicas), atendidos por un staff de 40 personas, representa un modelo de negocio importante en Estados Unidos. Poco tienen que ver, sin embargo, con lugares como «Tranquility Bay», un modelo de centro privado de reeducación para adolescentes que imperaba hace una década y que se parecía más a una prisión de menores que a otra cosa. A diferencia de este caso, los chicos y chicas no iban allí por una orden judicial, sino por voluntad de los padres, familias, también, de alto nivel económico. El lugar y el sistema eran tan terribles que le dedico una entrada aparte titulada CONDENADOS POR SUS PROPIOS PADRES.

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