De la cancelación al sentido común.

El mundo cada vez está más polarizado y la crianza no es una excepción.

Se habla hace tiempo de las «mommy wars» (las disputas entre madres sobre los diferentes métodos de crianza), pero en este frenético siglo XXI, con las redes sociales como altavoces particulares, estas guerras se han incrementado. En el cada vez más mediático mundo de la crianza hay mucha gente en posesión de la verdad. Hasta el punto que quien ose contradecir alguno de sus principios está abocado a sufrir la ira de las redes o a ser cancelado.

Eso es lo que me ocurrió recientemente, en una semana en la que para mi trabajo en La Vanguardia entrevisté a dos perfiles muy distintos. Por un lado: a dos madres ‘millenial’, con muchísimos seguidores en redes y un conocido podcast sobre maternidad. Por otro, al neuropsicólogo Álvaro Bilbao, con motivo del décimo aniversario de su superventas: El cerebro del niño explicado a los padres.

La entrevista a las madres ‘millenial’ tenía como motivo el inicio de la gira de su espectáculo, inspirado en su podcast, donde, ante un público entregado, compuesto de madres de su generación, se desgranan los muchos problemas derivados de la crianza. Criar no es sencillo, pero los datos indican que la maternidad se ha convertido en una enorme fuente de problemas, ansiedad e insatisfacción. Una reciente encuesta de la organización Make Mothers Matter llevada a cabo en 11 países europeos (entre ellos, España), desgrana que el 50% de las madres encuestadas (9.600 en total), aseguraron sufrir problemas mentales derivados de la maternidad (depresión, ansiedad, burnout y depresión post natal) y el 67% dijo sentirse «abrumadas» por la crianza.

Este agobio estaba presente en el citado espectáculo, que funciona casi como una terapia colectiva: hubo una madre que contó que había tenido pensamientos homicidas hacia su bebé, otra se sentía culpable por haber gritado a sus hijos, otra tenía problemas con la suegra… Pero los dos mayores generadores de malestar que salieron a colación estaban vinculados a dos temas clave: la falta de sueño y los problemas con la lactancia.

Estos y otros temas iba a abordar yo en la entrevista, por videollamada, unos días después. Sin embargo, no pude. Al poco de empezar, les pregunté qué significaba exactamente ser una «madre millenial», etiqueta que utilizaban para definirse. Una de ellas me dijo que las mamás ‘millenial’ eran «una generación de madres que estudiamos en exceso, con mucha autoexigencia». A partir de ahí, la otra entrevistada tomó el testigo y me aseguró que ellas tenían la tarea de «sanar» muchísimas cosas de las generaciones anteriores, ya que habían sido «profundamente abandonadas» por sus padres y madres quienes: 1) habían hecho el Método Estivill 2) les habían dado biberón y 3) les habían llevado a muchas extraescolares.

Me quedé perpleja. ¿Que te den biberón en vez de pecho significa abandono? No soy partidaria del exceso de extraescolares pero: ¿es eso un signo de abandono? y ¿Que te enseñaran a dormir, siguiendo el método conductista Estivill, significa abandono? Un abandono «profundo», además (no es un concepto para frivolizar: ser «profundamente abandonado» es algo muy fuerte).

¿Por dónde empezar a contrastar con las entrevistadas tales afirmaciones?

Aquí hago un inciso: en el capítulo ¿Lo natural es no dormir? de mi ensayo Madres mamíferas ya conté que para las corrientes de crianza autodenominades «respetuosa» o «con apego» —que hoy tienen mucho predicamento—, los métodos para enseñar a dormir a los niños son una forma de maltrato; de traumar al niño (o de «abandono profundo»).

La lógica es que la criatura, por naturaleza, sabe dormir y que será ella quien decidirá cuándo, cuánto y dónde hacerlo. Mientras tanto, la funcion de los padres (sobretodo, de las madres), es aguantar y «respetarlos». Aunque al niño le tome años dormir de un tirón y esta situación se lleve por delante la salud física y mental de la familia.

Porque en mi opinión, lo que es una forma de maltrato es… no dormir (de hecho la deprivación del sueño es una forma de tortura y un generador de problemas de salud mental). Además, existen numerosos estudios que señalan que los métodos ‘conductistas’ para inculcar hábitos del sueño no son dañinos. Al revés, son beneficiosos para la salud. «Hay todo tipo de efectos positivos en esta práctica, porque dormir es importantísimo para todo el mundo. Unos padres bien descansados también atenderán mejor a sus hijos», me dijo Emily Oster, experta en contrastar datos sobre la crianza, cuando le pregunté por esta cuestión.

Así que, ingenua de mí, empecé por rebatir aquella lista de agravios con la cuestión del sueño: dije que entre las que fuimos madres a principios de siglo, lo normal era regalarse el libro de Estivill y hacer el método Estivill y que esta práctica no consiste en dejar berrear al niño hasta que se canse, como se ha malinterpretado. También dije que los llamados métodos ‘de entrenamiento para dormir’ no solo no dañan a los niños —ni al apego que estos sienten por ti—, sino que tienen efectos positivos para toda la familia.

Me hubiera gustado añadir que el no dormir no es «natural», que el insomnio infantil es un problemón con consecuencias para toda la familia —como explicaban las madres desesperadas por la falta de sueño en su espectáculo— . Y que, como me dijo el doctor Javier Albares, experto en sueño: «A nivel médico la dualidad crianza alternativa/Estivill, no existe. Ya hace años que las sociedades médicas decimos que esto no es una guerra entre ideologías sino un tema de salud; esto es una patología médica que tiene un tratamiento y unas indicaciones. Aquí no valen la opinión sino los estudios científicos. El sueño, muchas veces, hay que enseñarlo”.

Pero no pude decir prácticamente nada, porque el que yo defendiera el método Estivill fue tal sacrilegio para ellas que… cortaron la entrevista. No quisieron continuar. Fui cancelada, lo que no me ha sucedido en mi ya larga carrera. Pero bueno, siempre hay una primera vez, aunque confieso que me quedé un poco en shock.

Por ello, me alegró poder contar con el sentido común, esa misma semana, de mi siguiente entrevistado: Álvaro Bilbao. Ya había hablado con él para un reportaje titulado En las trincheras del sueño, porque Bilbao también tiene su libro sobre este tema —Todos a la cama—, donde detalla el método que utilizaron en su casa para que sus tres hijos durmieran. Es una versión más suave del llanto controlado de Estivill/Ferber, aunque, como me dijo Bilbao: «La Sociedad Americana de Pediatría ha encargado estudios y revisiones que, una y otra vez, dicen que los métodos de este tipo no provocan daños en el niño”. En esta entrevista, Bilbao me dio un titular interesante: «El 95% de los miedos que tienen los padres no están sustentados con una base científica». Os la comparto a continuación y sin cancelaciones:

Cuando sus tres hijos eran pequeños, Álvaro Bilbao —doctor en Psicología, formado en instituciones de referencia como el hospital Johns Hopkins de EEUU y especializado en neurociencia—, decidió escribir un libro trasladando todo lo que sabía sobre el cerebro al ejercicio de la paternidad. Así, integrando el conocimiento científico con la realidad cotidiana, surgió El cerebro del niño explicado a los padres (ed. Plataforma), que cumple su décimo aniversario

Traducido a 25 lenguas y con 400.000 lectores, se ha convertido en un long-seller que, aseguran, ha cambiado la forma de criar en miles de familias. Pese este éxito, Bilbao es poco dado a las entrevistas, norma que rompe con motivo de este aniversario. Como sus páginas, a lo largo de la conversación, el autor rezuma sentido común y pasión por la crianza.

¿Por qué cree qué El cerebro del niño explicado a los padres ha tenido este éxito?

Creo que ha conectado con una necesidad que muchos padres, que se sentían un poco huérfanos, tenían de recibir un mensaje un poco más equilibrado. En ese momento teníamos dos modelos de educación muy polarizados: el muy tradicional y el totalmente innovativo. Yo abogo por un estilo que se centra en lo que dicen la ciencia y el sentido común, ¡porque tantas veces concuerdan!

En el libro da pistas para educar y pone ejemplos suyo como padre. ¿Cómo le educaron a usted?

He venido de una educación muy tradicional, donde los límites, las normas y el orden en casa eran muy importantes, pero mis padres no eran especialmente afectuosos: sí que se ocupaban de nosotros, de que tuviéramos lo que necesitábamos, pero todo ello sin que fueran un poquito más afectuosos y cariñosos. Era un poco lo que solía pasar a todos.

Hoy hay una poderosa corriente de padres y madres que consideran que las crianzas anteriores eran casi como… el Apocalipsis. Que fueron prácticamente maltratados, abandonados. ¿Era todo tan horroroso como algunos dicen?

Creo que depende mucho de la experiencia individual. En consulta de adultos he visto casos de maltratos muy graves y trastornos muy graves relacionados con ellos. Pero, por lo general, creo que la educación que hemos tenido tenía algunos puntos fuertes, como el valor de la disciplina, de la espera y del esfuerzo; la importancia de los límites, las normas y la jerarquía. Todo eso es muy importante, porque se relaciona con áreas concretas del cerebro de los niños que son muy difíciles de trabajar y desarrollar.

De todos modos, claro que, en muchos casos, faltó cariño, tiempo de atención. Ser un poco más conscientes de la psicología infantil: entender que cuando un niño a veces está llorando y te pide brazos, es que realmente necesita que le cojas en brazos. O que por la noche necesitan quizá un poquito de tiempo de atención antes de quedarse dormidos, solos, en su habitación. Pero pensar que todo lo pasado fue terrible y que todo lo nuevo es maravilloso, es un error: está demostrado por la ciencia que hay muchas cosas positivas de la educación pasada y muchos errores de la educación actual.

¿Cuál sería el error más grande?

Lo que más vemos es la sobreprotección: padres que quieren dar todo a sus hijos, que les solucionan los problemas, que no quieren que sufran en ningún momento, ni que lloren ni que lo pasen mal. Hay como un estigma de que si tú hijo, llora o sufre, estás haciendo algo mal como padre, cuando, en realidad, es parte del proceso natural de de maduración y parte de lo que nos toca en la vida en algunos momentos.

Tenemos estudios —sobre todo de Japón—, que nos dicen que los niños de hoy en día sufren sobreprotección y que no solo está ligada a mayores problemas y más incapacidad para resolver conflictos, sino que también se ha visto que, comparado con otras generaciones, hay un hipodesarrollo en la corteza prefrontal: es la que controla funciones cognitivas complejas, como la toma de decisiones y el control de impulsos.

¿Se podría decir que sobreproteger es una forma de maltrato?

Los padres, cuando sobreprotegemos no pensamos que hacemos algo malo. El niño no lo vive como una agresión, pero sí que es verdad que a largo plazo lo que va a provocar son chavales que —lo vemos muchas veces en consulta—, tienen veintipico años y no salen de casa porque, en algunos casos, no tienen habilidades para buscarse la vida.

Continúa ejerciendo como terapeuta familiar: ¿Qué es lo que más les preocupa a los padres en el 2025?

En general, les preocupa mucho el estado emocional de los niños y de los adolescentes. Hay muchos casos de ansiedad y, como mencionaba, muchos casos en los que los hijos no saben resolver las dificultades por sí mismos. Y también hay una parte importante, como siempre ha pasado, que tiene que ver con las faltas de respeto, la falta de límites.

Ser padre o madre nunca ha sido fácil, pero el victimismo sobre los deberes que implica la crianza es algo muy común; sobre todo en redes. ¿Hoy es más difícil que nunca ser padres?

Diría que los desafíos son distintos. Tenemos más información que nunca. Pero a la vez, quizás tenemos menos capacidad de entrega, de esfuerzo. Eso hace que muchos padres estén dispuestos a tener un hijo, pero no a sacrificar vacaciones paradisíacas, ir a conciertos, comer fuera un día de la semana sí y otro también… Y claro, lo viven como una carga. Como psicólogos sabemos de la importancia que tiene el prisma: cómo nos narramos nuestra historia. Y si tú ves un hijo como un ser que te impide hacer planes de ocio fantásticos, pues la paternidad y la maternidad van a ser un sufrimiento. Sin embargo, si lo ves como el privilegio de poder tener una relación profunda y significativa con otro ser humano —que es lo más beneficioso para el cerebro, para la autoestima, para la sensación de bienestar—, lo verás de forma distinta.

En el libro se enfoca especialmente los primeros seis años de vida, siempre se ha dicho que es una franja fundamental. Pero: ¿qué pasa si resulta especialmente problemática? ¿Es irreversible?

No, para nada. Es verdad que la infancia es muy importante en estos seis primeros años porque hay unas ventanas de oportunidad y también estamos hablando del apego, del vínculo, etcétera. Pero eso no quiere decir que luego no se puedan reconducir muchas de estas situaciones. Tenemos muchos casos de niños que han sufrido abandonos, que vienen de orfanatos en situaciones muy difíciles, que han sufrido malos tratos, abusos… Pero con un trabajo terapéutico, con un acompañamiento bueno, todo eso se puede ir reparando poco a poco. Siempre te va a quedar una huella, pero puedes tener una vida totalmente plena a pesar de una infancia muy difícil. La plasticidad cerebral es muy grande y tenemos que contar con ella para que esos niños se conviertan en adultos sanos.

Hoy existe un miedo enorme por “traumatizar” al hijo: por no haberle dado el pecho, por llevarlo a la guardería, por enseñarles a dormir solos, porque lloren… ¿Son miedos sustentados?

Yo diría que el 95% de los miedos que tienen los padres no están sustentados con una base científica. Lógicamente hay maneras más y menos adecuadas de hacer las cosas, que pueden beneficiar o perjudicar un poquito más a los niños, pero eso no quiere decir que tengan un trauma o que vayan a sufrir.

Los niños tienen traumas cuando hay malos tratos repetidos, cuando son ignorados de forma constante, cuando hay un abandono del hogar por parte de unos progenitores. Pero a veces se nos dice que el que un niño llore durante cinco minutos va a dejar marcas permanentes en su cerebro, y eso no es así. Está claro que el llanto provoca cortisol y el cortisol puede dañar regiones del hipocampo, pero por la misma regla de tres, el estar despierto hasta tarde puede provocar el aumento del cortisol, que tus padres no tengan descanso y se enfaden contigo, etcétera.

El tema del sueño es una de las cuestiones más espinosas entre generaciones: si dices que has hecho el Método Estivill, te cancelan. Pero, por otro lado, la falta de sueño es un problema real y acuciante…Ha escrito un libro sobre el sueño infantil (‘Todos a la cama’ — Plataforma). ¿Cuál es su postura en este respecto?

Hoy está muy asumido a nivel social tanto que unos padres hagan colecho, como que otros pongan al niño en la cuna. De todos modos, a mí todavía me consultan muchos padres de adolescentes que siguen durmiendo en la cama con ellos. Quieren cambiar este modelo, pero el niño no acepta el cambio o experimenta ansiedad cuando intenta dormir solo. Entonces, sí que sigue siendo un tema de mucho conflicto dentro del núcleo de la familia para muchos.

Los neuromitos abundan en las crianzas. Usted desmonta algunos, como la llamada “estimulación temprana”, muy en boga cuando escribió el libro. ¿Han cambiado las cosas desde entonces? ¿Los padres se lo están tomando más tranquilamente?

Muchas veces pensamos que hay fórmulas mágicas que van a hacer niños que sean superinteligentes, supercapaces… Y, en realidad, los niños necesitan tiempo, conversación, juego y tiempo libre. Fíjate que hace diez años, cuando saqué el libro, muchos padres pensaban que el jugar con la tablet indicaba que el niño era muy inteligente y ahora se ha creado una conciencia social que las pantallas no son buenas durante los primeros años o que una estimulación tipo Baby-Einstein no es necesaria.

Pero los padres siguen buscando: seguramente porque quieren hacer lo mejor posible. Pero fórmulas mágicas, realmente, no hay. La buena educación siempre va a ser la que tenga bastante cariño, lleve bastantes límites y podamos prestar atención a nuestros hijos e ir explicándoles con normalidad cómo funcionan las cosas y mejorando como familia.//

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