La floreciente industria de las RABIETAS INFANTILES.

Sin duda, la atención a la salud mental de niños y adolescentes es positiva y necesaria. Sin embargo, en algunos casos, se presta excesiva atención a unas cosas en detrimento de otras. Y, también, de otros: de menores que sí necesitan ser atendidos.

Dentro de la atención excesiva destaca un fenómeno cada vez más habitual en las crianzas contemporáneas: la patologización de comportamientos y emociones de los hijos que, hasta no hace mucho, eran normales. Así, el niño que llora la pérdida del abuelo durante un tiempo, en lo que es un proceso normal de duelo, ya sufre «depresión» y se busca un diagnóstico. El que está nervioso por un examen o por una fecha importante, ya está «ansioso», y se busca un tratamiento o se le da una pastilla. El que no se concentra, tiene «TDAH» y punto, olvidando que, quizás, esta falta de concentración sea debida a la hiperactividad que hoy marca a tantas infancias, en las que los pobres niños se pasan el día en aulas, en extraescolares o frente a una pantalla, sin apenas tiempo libre para jugar, correr, subirse a un árbol, leer un libro o aburrirse un rato. De hacer esas cosas de niños que ayudan a poder concentrarse.

En paralelo, también está ocurriendo algo que me fascina: una especie de etiquetado eufemístico para no reconocer cosas tan básicas como que un niño es un mimado o que tiene una rabieta. ¿Un ejemplo? Me quedo perpleja con el concepto de «espíritu libre», que un coach de educación –de los que hoy tanto abundan–, utiliza para llamar a ese hijo/a que «no acepta la autoridad y no te escucha», «te contesta mal, grita y falta el respeto» y «muestra agresividad y falta de control, aunque sea ya más mayor». Yo creo que tener un «espíritu libre» es otra cosa. La descripción que el coach provee se ajusta más a la de un niño malcriado o consentido.

¿ESPÍRITUS LIBRES O, SIMPLEMENTE, MALEDUCADOS?

Pero parece que los conceptos de malcriado («Que pretende hacer siempre su voluntad sin importarle la conveniencia o la oportunidad de sus acciones», según la RAE), o mimado («Que está malacostumbrado o consentido por el exceso de mimos»), ya no puedan pronunciarse. Los comportamientos nunca se producen a causa de los excesos o los fallos de la crianza, sino que son algo de la naturaleza: en consecuencia, se habla de los mencionados «hijos de espíritu libre» o de las ya clásicas criaturas «con baja tolerancia a la frustración», como si esto último fuera una condición crónica, incurable, frente a la que nada se puede hacer.

Las rabietas también se están patologizando. Me comentan profesionales de la psicología y maestras que hay padres quienes, en vez de limitarlas o sobrellevaras, lo que quieren es un diagnóstico. En consecuencia, lo que hasta ahora era un proceso (muy pesado, pero bastante normal) del desarrollo, se ha convertido prácticamente en un producto, alrededor del cual se está desarrollando una floreciente industria de libros, coaches, etc. De todo ello hablé en este artículo de La Vanguardia, que también os comparto a continuación:

“Las rabietas son un comportamiento normal en el desarrollo. Son más frecuentes e intensas en algunos niños que en otros y empeoran cuando están cansados, con hambre o con cualquier tipo de malestar”. De esta forma, clara y sucinta, la web de UNICEF describe la rabieta infantil, también conocida como berrinche, pataleta, enfado o perra.

Las rabietas son parte de la infancia, por lo menos, en las del mundo más rico. Sin embargo, en los últimos tiempos han adquirido un llamativo protagonismo. Se han convertido prácticamente en un producto. Especialmente en el mundo editorial. Si no hace mucho los berrinches ocupaban un capítulo de los libros especializados en crianza, ahora son la única temática. En sintonía con la ola de la educación emocional, el mercado ofrece una amplia oferta para lidiar con las rabietas.

Una búsqueda en internet se salda con títulos como Menudas rabietas, de Rafael Guerrero; Rabietas: Consejos y herramientas para lidiar con ellas con conciencia, humor y amor, de Miriam Tirado; Ni rabietas ni conflictos, de Rosa Jové; No más rabietas: Claves para evitar y solucionar los conflictos con tu hijo, de Isabelle Filliozat o ¡Mamá, no grites! en el que su autora, Paula Davies, propone “usar la Disciplina Positiva para ser escuchado y evitar rabietas”.

Mención aparte merece el aluvión de cuentos ilustrados para que los niños sobrelleven sus berrinches: Dani, Bárbara, Tim, Gastón, Leo, Lois, Jack, Nono, María, Lara o una cabra-niña llamada Cabriola, son algunos de los protagonistas la infinidad de cuentos cuya lectura, se asegura, ayudará a los niños a gestionar sus pataletas.

UNA BÚSQUEDA EN GOOGLE SOBRE «LIBROS SOBRE RABIETAS» SE SALDA CON MILES DE RESULTADOS.

También destacan los talleres para padres (impartidos tanto por especialistas acreditados como por influencers sin formación específica), las charlas, los videos de YouTube y los podcasts para gestionar un comportamiento que, pese a lo que dice UNICEF, hoy se trata casi como una anomalía. Como contaba la psicóloga Maggie Mamen, entrevistada aquí hace unas semanas, para muchos padres, las rabietas se han convertido en un motivo de consulta cada vez más frecuente: “No soportan ver una rabieta a los tres, cuatro, cinco años… que es lo que hacen los hijos a estas edades. Algunos buscan un diagnóstico y cuando les digo que no todo tiene que ser un trastorno, que hay cosas que son normales y se pueden corregir educando, no lo entienden”, decía.

La psicóloga Sara Tarrés también detecta un creciente interés por las rabietas. “Aunque son absolutamente normales, hoy son una de las grandes preocupaciones de los padres y madres que vienen a mi consulta”, explica. También le llaman la atención la cantidad de libros específicos sobre el tema y, en especial, los infantiles. Le parece que hay tantos que: “Al final, los niños no quieren saber nada; están abrumados”.

¿De donde surge esta urgencia por gestionar las rabietas? ¿Son hoy peores? ¿Más frecuentes?¿O es normal preocuparse por unos episodios que, en efecto, pueden ser muy desagradables? Sara Tarrés es también madre y sabe de rabietas. Sin embargo, considera que esta demanda por gestionarlas tiene otros motivos: “Para mí, tiene más que ver con lo que sentimos nosotros, los padres, que con lo que sienten ellos. Creo que nos cuesta mucho ver y tolerar el malestar de nuestra criatura: nos sentimos culpables, malos padres y educadores, porque tenemos un ideal de perfección, de cómo queremos ser y de los hijos que tendremos, y la realidad es otra cosa… ¡Los hijos tienen rabietas!”. Rabietas, añade: “Que muchas veces no tienen nada que ver con el tipo de madre o padre que somos, sino que forman parte de su evolución”.

Una evolución que, reitera, es normal. “Aunque hay algunos casos excepcionales, las rabietas, desde aproximadamente los 18 meses hasta los cuatro, cinco años, forman parte del desarrollo de nuestras criaturas”, dice Tarrés. Niños, describe, que están descubriendo tanto sus propios límites como los que les ponemos los adultos: “Y como todavía no pueden expresar lo que sienten verbalmente o con fluidez, lo expresan de esta manera, con el cuerpo”.

A partir de los cinco, seis años, las rabietas desaparecen como tales y empiezan otras formas de manifestar la disconformidad, como las malas contestaciones. Con el tiempo, los hijos, resume la psicóloga, van aprendiendo a gestionar la frustración, que es la gasolina de las rabietas. “Aunque hay veces que llegan a adultos y todavía no lo han aprendido”, matiza. Que haya niños que no tengan rabietas es muy poco frecuente. Aunque hace poco conoció a una madre que le aseguró que su hijo nunca había tenido una… “¡Imagínate, el sueño de todo padre o madre! “, dice con un punto de ironía. “Pero la pregunta sería: ¿Por qué nunca? ¿Le han dado todo lo que ha pedido y no le ha hecho falta? ¿Es esto beneficioso para su desarrollo óptimo? Yo creo que no, porque en la vida no se tiene siempre todo lo que se desea”.

Las rabietas, sin embargo, no solo se generan por la imposición de un límite o la frustración de un deseo del niño: hay factores externos que tienen mucho que ver con que se desencadenen. Conocerlos puede servir para prevenir. Encabezan la lista de estos factores el sueño, el cansancio, el hambre y la falta de tiempo y de juego libre, una realidad en las actuales infancias hiperactivas.

Sin olvidar, por supuesto, el entorno: las rabietas en los supermercados y centros comerciales son otro clásico. Aunque no dejan de tener lógica, dado que son lugares que pueden resultar muy agobiantes: “Los niños hoy están sobreestimulados y en su cerebro inmaduro esta sobreestimulación les provoca irritabilidad”, coincide Tarrés. “Si no ha dormido bien o tiene hambre y lo vamos a recoger a la guardería y lo llevamos al supermercado, por ejemplo, tenemos los ingredientes perfectos para la rabieta”.

No es cuestión de culpabilizar a los padres, puntualiza, quizás ese sea el único momento para hacerlo: “Pero hemos de entender que quizás esa es la única forma de que el niño tenga una oportunidad para expresar su malestar o disconformidad con la situación”.

Una expresión que puede materializarse en una erupción de llantos, berridos y gritos, patadas e, incluso, actos destructivos (hay niños que rompen cosas o pegan durante una rabieta). Hasta no hace demasiado, la forma de lidiar con esta situación era responder también con violencia (un sopapo o algo peor, o métodos como echarle agua fría o encerrar al niño en una habitación). Por fortuna, estas estrategias se han superado en la gran mayoría de los casos. En gran parte, fueron sustituidas por el modelo conductista, de “extinción” de la rabieta, que consiste en ignorarla hasta que esta pase, manteniendo siempre la calma y controlado la seguridad del niño.

Sin embargo, este modelo se está quedando obsoleto. En la nueva ola de la crianza auto-denominada “respetuosa”, “consciente” o “positiva”, lo que se aconseja es simpatizar con el niño que sufre la rabieta y validar sus sentimientos. Mientras el modelo conductista recomienda una “sana desatención” (“Mantener la calma y observar qué hace el niño, evitando cualquier intervención (…) sin gestos de desaprobación, ni comentarios del tipo que sea”, como describe la terapeuta Maribel Martínez en Cuántas veces te lo tengo que decir, la actual tendencia es acompañarlo durante la rabieta y poner nombre a los sentimientos que surgen.

Sara Tarrés manifiesta sus dudas ante este modelo que, coincide, está en boga: “Está muy bien validar la emoción (‘lo entiendo, estás cansado, rabioso…’), pero para ello han de ser más mayores. Si estamos hablando de una criatura de dos a cuatro, cinco, años, por más validación que se haga, es alguien que tiene un cerebro inmaduro, que se está iniciando en el lenguaje”. Por ello, la psicóloga cree que a estas edades: “Puede que no sea el momento, porque incluso les podemos hacer enfadar más. No lo acaban de procesar”.

Al validar las emociones, ¿se corre el riesgo de validar también el comportamiento? “Una cosa es validar el sentimiento, pero otra cosa es validar la forma. Yo puedo aceptar que estés enfadado, pero no cómo me lo has demostrado. Está claro que hemos de poner límites y decir ‘no’ y no caer en la trampa de validarlo todo”, responde Tarrés. En este matiz estaría la clave: “Este es el gran engaño a veces de estas corrientes de crianza y de maternidad, que utilizan unas palabras muy efectivas (‘respetuosa’, ‘consciente’…), de forma recurrente, pero son tendencias que, si se llevan al extremo, pueden afectar la salud mental y emocional de la familia”.

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Por supuesto que se puede hablar con los hijos, dice Tarrés, pero ella no es la única profesional que aconseja hacerlo después del momento de la rabia: “Porque durante la rabieta, el cerebro está en modo supervivencia, no atiende a otros estímulos. Y aunque a muchos padres también les genera sensaciones poco placenteras, tenemos que mantener la calma e intentar hablar lo menos posible. La extinción de conducta, que se ve tan mal, porque parece que estemos abandonando a la criatura, es dejar que la emoción haga su ciclo y la rabieta acabe pasando por sí misma”. Una vez calmados, ya podemos hablar, sin enfadarse, de lo que se ha sentido.

Cada niño, concluye esta especialista, es diferente: “Pero las rabietas son lo que son y sí, al final puedes ponerle el nombre, pero en estas edades tan primerizas, aún no. Hay que dejar que tengan rabietas, dentro de lo que podemos tolerar, por supuesto” ¿Cuando resultan intolerables? ¿Cuándo hay que pedir ayuda profesional o comprar un libro? Las claves, dice esta psicóloga, serían cuatro: la edad del niño, la frecuencia e intensidad y el entorno en el que se producen. “A partir de aquí hemos de pensar en analizar un poco más: con un niño que a partir de los 6 años todavía hace rabietas corporales (con gritos, patadas, puñetazos), podríamos estar tratando algún tipo de trastorno de conducta y se tendría que actuar”// EVA MILLET

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Hola, soy eva millet

Soy barcelonesa, periodista y escritora, licenciada en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona.

A raíz del nacimiento de mis dos hijos, empecé a publicar sobre temas de crianza y puse en marcha www.educa2.info, blog especializado en noticias que ayudan a educar. Soy también autora de Hiperpaternidad, del modelo mueble al modelo altar (2016), Hiperniños (2018) y Niños, adolescentes y ansiedad (2019) y Madres Mamíferas (2023), todos publicados por Plataforma Editorial.