La falta de límites de muchos niños puede provocar conflictos, pero no sólo en la familia directa y en la escuela. La mala educación de niños ajenos puede amargar unas vacaciones, un viaje o una mañana en el parque. Incluso, acabar con amistades o enfriar las relaciones con los abuelos. La pregunta es si vale la pena intervenir en la educación de un niño que no es nuestro y, en caso afirmativo, cuál es la mejor forma de hacerlo. Texto: Eva Millet
Publicado en el MAGAZINE de LA VANGUARDIA, febrero 2009 – version pdf MALEDUCADOS AJENOS
¿Qué pasa cuando, en el parque, un niño de unos diez años empieza a golpear un árbol con una piedra sin que sus padres intervengan? ¿O en un restaurante dos hermanos de una mesa contigua se dedican a gritar y a lanzar comida ante la mirada arrobada de sus progenitores? ¿O un nieto al cuidado de una abuela la desobedece constantemente? ¿O un amigo de un hijo, con cinco años, te da un puñetazo en el estómago?
Todas estas situaciones son reales. En algunas de ellas se actuó, aunque con distintos resultados. En el parque, el niño fue interpelado y, en vista de que su madre no venía a socorrerle, paró de machacar el árbol. En el restaurante, los padres disimularon como actores profesionales cuando otros comensales dieron un toque de atención. La abuela, aunque ya no puede más, no se atreve a decirle nada a su hija sobre el mal comportamiento del nieto; teme que ésta se enfade. En el caso del puñetazo, la agredida se dirigió al padre del niño en busca de una explicación. La tuvo: el crío “se había cruzado”, le dijo.
“Estamos ante la generación que yo llamo de los ‘niños intocables’”, afirma el pedagogo Emilio Pinto. En su libro, “La educación de los hijos como los pimientos de Padrón” (Gedisa), dedica un capítulo a esta hornada de menores sobreprotegidos, sobre los que nadie parece tener más derecho a educarlos que sus padres. “Antes la ‘tribu’ participaba en la educación”, explica Pinto, “el abuelo podía hablar del nieto, el tío del sobrino, el vecino darte un toque de atención…” Pinto constata que hoy esto ya no ocurre. Los niños parecen ser exclusiva de los padres, quienes han perdido la humildad y la capacidad de escuchar. “No corrigen, y la educación se basa en ir corrigiendo”, añade. “Y muchas veces esas correcciones vienen desde de fuera”.
Que los padres actuales, más ricos que antes, agobiados por la falta de tiempo y con sentimiento de culpa por no poder dedicarles más, tienden a malcriar a sus retoños es vox-populi. Todo el mundo habla de lo maleducados que son los niños en la actualidad. La ironía es que la mala educación de la propia descendencia no es fácil de ver. “El ya clásico “el amor es ciego’ es una de las causas de esta actitud”, afirma Pinto. El maestro añade otros factores de ceguera: la falta de niños con quien comparar debido a la casi extinción de la familia extensa y el hecho de que muchos padres se hayan acostumbrado a vivir con normalidad ciertas actitudes que para otros de fuera no lo son. También abundan los progenitores que disimulan y los que los justifican con frases tipo “mi hijo es hiperactivo”, “tiene poca autoestima” o “un bajo nivel de tolerancia”. “Estas excusas con ‘diagnósticos’ son contraproducentes porque, precisamente, si el niño es más difícil, necesita de más gente con más herramientas para educarlo”, concluye Pinto.
Dadas las circunstancias descritas, nos sorprende que cada vez sean menos los abuelos, familiares, amigos, incluso desconocidos, que amonesten a niños ajenos o alerten a sus padres de que algo está fallando. A Rosa, madre de tres niños, un matrimonio con el que compartió un fin de semana rural se le echó encima tras hacerles una observación sobre cómo manejaban a su hijo. “El crío no era fácil: tenía reacciones violentas, insultaba a la madre y montaba numeritos”, recuerda Rosa. “Yo vi a los padres tensos y angustiados y se me ocurrió decirles que sí, su hijo era complicado, pero también estaba muy mimado. Y que quizás tenían que razonar menos con él y ponerle más límites… No se lo tomaron nada bien”.
Rosa es consciente de que podría haberse callado, pero ella había vivido una experiencia similar: “Durante una época uno de mis hijos estuvo insoportable y tanto mi madre como mi suegra nos dieron un toque de atención: estábamos malcriándolo”, recuerda. “Fue duro oírlo pero constructivo. Nos sirvió para replantearnos el tema de su educación. Y ha valido la pena”.
Pero, en general, la respuesta a un comentario ajeno sobre los hijos no es siempre tan positiva. Una situación como la de Rosa tiene el potencial de acabar con amistades de años. También las hay que encienden conflictos familiares. “Me he encontrado con muchos abuelos y abuelas que están decepcionados con sus nietos pero que no pueden decir nada sin que se monte un culebrón”, revela el doctor Josep Mombiela, quien denuncia que muchos padres “Cargan a los abuelos de responsabilidades sin darles poder frente al nieto”. Para este especialista en temas de educación, a los niños de hoy “Se les ha puesto el mundo adulto a su nivel, y esto no funciona: los hemos subido de categoría y van sobrados”. Por ello considera que los padres deben reforzar la autoridad de las personas que ayudan en la crianza (familiares, maestros, amigos, canguros…) y han de aprener a escuchar lo que éstos observan, tanto lo positivo como lo negativo.
Porque, en general, los padres tienden a defender a ultranza, a muerte, a sus hijos. “Es lo de la defensa de los polluelos”, compara Emilio Pinto, quien ha observado cómo una madre o un padre puede decir cualquier cosa sobre sus hijos: “Pero cuando esa misma cosa la dicen otros… Entonces no gusta nada”, señala. Maite Cabello, profesora de primaria desde hace más de treinta años, conoce bien de estas reacciones. “Cuando hay un conflicto siempre me dirijo primero al niño”, cuenta, “pero si veo que no funciona, hablo con los padres, aunque sé de antemano que se van a poner como unos energúmenos”.
Dadas las muchas susceptibilidades en este tema: ¿Vale la pena intervenir cuando un niños ajeno se comporta mal? “Sí, se ha de intervenir”, dice, rotundo, Mombiela, “y si la situación se produce en un lugar público y es otro quien toma la decisión; apoyarlo inmediatamente. En estas situaciones puedes sentirte muy solo”. Para Rocío Ramos Paúl, la ‘supernanny’ española, intervenir es importante, tanto si el niño es desconocido como si es hijo de amigos o amigo de nuestros hijos. “Si el conflicto lo protagoniza el niño tenemos que dirigirnos a él, de otra manera los padres pueden sentirse cuestionados”, aconseja. La psicóloga considera que una llamada de atención de este tipo puede ser muy positiva para el aludido: “Porque cuando un niño recibe un límite desde fuera del entorno familiar aprende que hay situaciones en las que los límites no se pueden saltar como le plazca, y que hacerlo tiene consecuencias”.
Emilio Pinto también es de la opinión que “Los adultos que educamos no debemos de callar. Aunque al padre o a la madre les moleste. Quién sabe, a lo mejor les hago pensar…” Porque, en algunos casos, ese comentario ajeno puede ser ese click que faltaba para ver la luz: “Si le has dado muchas vueltas al tema del comportamiento de tu hijo y un tercero te dice por dónde fallas, te molesta, claro, porque no has sido tú quién lo ha descubierto”, explica Josep Mombiela. “Pero, aunque la primera reacción suela ser negarlo, ese comentario o crítica puede ayudar en el proceso de solucionar el problema”.
MANERAS DE DECIR BASTA.
Si se trata de un niño desconocido: Todos los expertos entrevistados para este artículo coinciden que primero hay que dirigirse al niño que no sabe comportarse, no a los padres. Localizar sus ojos (“Yo les marco con la mirada, no con la voz”, cuenta Maite Cabello. “Acostumbra a funcionar), o pedirle directamente que cambie de actitud. La primera reacción del interpelado será mirar a los progenitores pero, como apunta Josep Mombiela: “A mi los padres me dan igual. Ni los miraré. Un niño me dijo una vez: ‘Tu no eres mi padre’ y yo le contesté: ‘Y tú los pies fuera’. Seguí con mi idea”.
Si el niño es conocido: En casa las normas las cumplen tanto los niños propios como los ajenos. De este modo los hijos observan que nuestros límites son coherentes, sólidos. En situaciones fuera del hogar, con hijos de amigos o de familiares, la forma de actuar es muy similar: dirigirse siempre primero al que infringe la norma. “Con la ventaja”, explica Rocío Ramos Paul, “que podemos retirarnos de la situación hasta que el aludido cambie el comportamiento, reconociéndole el esfuerzo a posteriori”.
Si hay que dirigirse a los padres: Mejor hacer una observación, una pregunta, que una crítica. Emilio Pinto se decanta por esta última formulación, un poco a modo psicoanalítico: (¿te gusta cómo hace esto tu hijo?, ¿os sentís bien?…). Maite Cabello recomienda siempre dirigirse de forma educada, con frases tipo: “Ya sé que a ustedes les va a molestar pero…”. El tacto es importante, porque en estas situaciones no solo hay susceptibilidad. También hay inseguridad: muchos padres que no ponen límites o justifican a sus hijos constantemente lo hacen por miedo. “Pero no de los hijos”, puntualiza Mobiela, “sino de equivocarse, de no hacerlo bien”.
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