Se llama Ivanka Trump y es una persona que se me hace sencillamente insoportable. Después de su última actuación: saltarse el confinamiento en una crisis sin precedentes para ir a celebrar la Pascua en el club de golf de su papá, no puedo resistirme a escribir unas líneas sobre ella.
No es la primera vez que aparece en este blog: en una entrada antigua dije que ella y su esposo, Jared, son el epítome del concepto de «entitlement»: esas personas que se creen con derecho a todo tipo de privilegios y no manifiestan ningún tipo de agradecimiento por su suerte.
Esa es Ivanka Trump: la niña mimada más mimada de la tierra. La niña que, pese a no estar cualificada, se ha convertido en asesora presidencial. La niña arrogante que no ha mejorado en nada la vida de los ciudadanos estadounidenses porque, sencillamente, no le interesa.
La niña a la que solo parece preocuparle acertar en una cosa: sus estilismos y lucir unas cejas perfectamente depiladas. La niña que por ser «hija de», va a una reunión del G-7 y hace comentarios banales con completa naturalidad. La niña que enchufa a su marido (tan o más inútil que ella) en la maquinaria de la Casa Blanca. La niña que, con voz susurrante insta a los norteamericanos a quedarse en casa y después coge un avión para irse al club de golf con su familia.

Ivanka y Jared son el colmo del nepotismo y la soberbia y un perfecto ejemplo de lo tremendos que pueden llegar a ser los niños mimados. Porque los niños mimados no solo son insoportables: su falta de empatía los hace también peligrosos. Ese es precisamente el caso de Ivanka: una niña consentida que, como su padre, desconoce un concepto tan básico como es el del bien común.
¡Qué familia!
Me ha encantado!! Bravoooo
Pili Malagarriga Segundo Mundo RSCC
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Es que no se aguanta, de verdad… Gracias, Pili!
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