Carl-Magnus Helgegren es un padre sueco, divorciado y con dos hijos, que ha llevado a cabo un curioso experimento pedagógico: ha llevado a los niños, de diez años y once años, a zonas en guerra en Oriente Medio para disuadirlos de jugar a videojuegos con esta temática.
Todo empezó en una cena. Los niños le hablaron con entusiasmo de la última entrega de Call of Duty, un famoso y videojuego bélico que ha hecho billonarios a sus artífices. Carl-Magnus, que comparte custodia con la madre de los niños, escuchaba impotente las detalladas descripciones del violento videojuego, cuando tuvo una brillante (y muy sueca) idea. En vez de decirles a sus hijos que NO jugaran, a sabiendas que «hay un punto en el que uno, simplemente, es incapaz de controlar lo que sus hijos ven», les propuso este trato: iba a llevarlos a conocer territorios en guerra. Si una vez vista como era la verdadera guerra, los niños querían seguir jugando a Call of Duty, les dejaría hacerlo.
En Semana Santa, la familia (madre incluida) partió hacia Israel, después de establecer que Irak y Afganistán eran destinos «demasiado peligrosos». Allí combinaron el turismo clásico en Jerusalén, con una visita a un campo de refugiados en Shuafat, al este de la ciudad.
Allí, previo paso por un «check-point», los niños vieron en primera persona las consecuencias de la guerra en niños como ellos: la miseria, las heridas y el desarraigo. En una visita a un hospital, hablaron con un doctor que les explicó que cada día cosía la cabeza de un niño palestino, herido por las culatas de las escopetas de los solados israelíes. También, explica Carl-Magnus en la web The Local y en esta entrevista en la BBC, supieron de tres niños de su edad que se habían quedado paralizados de por vida a causa de las balas de goma. «Cuando les explicaron que nunca podrían jugar a fútbol entendieron más de que iba todo aquello», asegura.
En la frontera Siria, a 60 kilómetros de Damasco, conocieron los Altos del Golán: los campos de minas y los soldados allí establecidos. Todo ello sazonado con una explicación histórica del conflicto por parte de los padres.
Una auténtica lección que, asegura el padre, no ha dejado traumatizados a sus hijos. Sin embargo, el experimento ha recibido varias críticas (¡entre ellas por parte de las empresas de videojuegos!), pero Carl-Magnus está convencido de que ha hecho bien: «En Suecia y en Europa somos muy privilegiados» dice. «Tenemos toda esta riqueza y los servicios sociales. Pero con esto viene la responsabilidad de educarnos y no convertirnos en zombies que juegan a videojuegos y comen hamburguesa». Para él, los padres suecos, para evitar cualquier conflicto, pecan de indulgentes.
Ah! Y tras volver del viaje, sus dos hijos decidieron, de forma unánime, que no iban a jugar más a Call of Duty.
Fuente original: The Local
Brillante idea! Si yo tuviera un par de h…. haría lo mismo, de hecho estoy a nada de hacerlo. O por lo menos llevarlos a un barrio super peligroso de alguna mega-ciudad para ver si quieren jugar al GTA…
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Lo que hizo la familia sueca fue combinar visitas turísticas con otras a campos de refugiados. El asegura que no están nada traumados… Yo creo que es una idea muy buena.
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